miércoles, 18 de junio de 2008

Una huida más.

Hay momentos en los que miras alrededor y decides arriar las velas. Parece que todo está en calma, y que hace un hermoso día. Que todo lo que se puede hacer para mejorarlo es escoger ese mismo momento para desaparecer, ya que todos encuentran su norte y uno por el contrario cae en picado como si fuera un avión de plomo lanzado desde un balcón.

Muchos han cruzado palabras conmigo, unos pocos han cruzado también cervezas, y otros, sencillamente, son mi circulo de confianza. Hoy puedo deciros lo que quizás choque a más de uno: Adiós.

Las despedidas, cuanto más cortas, más fáciles de dar son, pero os debo la explicación. Los estudios no me han ido bien, ni siquiera regular, han sido una mierda –aunque aun me queden dos exámenes, es harto probable que me quede todo, por lo cual marcharé en poco tiempo –unos meses- a la capital. Usease, a Madrid. Para empezar de cero, hay posibilidades de curro, y tengo localizado piso.

Axial que como siempre, o como muchas veces, levo anclas en pos de nuevas tierras aún no exploradas en profundidad. Me enorgullezco de haberme cruzado en vuestras vidas. Unos me seguirán viendo vía fotolog o vía MSN, otros quizá no me vean nunca más, otros me verán con más asiduidad, en caso de que residan en esa gran ciudad… lo único que tengo para daros son los pocos meses que permanezca aquí, en mi hermosa y cálida Sevilla, sé que dejo mucho atrás, amigos, consejos, peleas, risas… hechos que se convertirán en recuerdos cuando haya dejado de estar en mi tierra. Besos que se convertirán en el pasado. Y canciones que quedarán soldadas a las caras de todos los que llevaré en mi corazón.

Algunos os enfadareis, y lo interpretareis como un abandono. Nada más lejos de la verdad, es un acto que no busca abandonaros, lo que busco, con esta independización, es madurar. Adquirir aplomo. Ver mundo. Quizás vuelva, quizás le coja cariño a la ciudad gris y me quede allí. Pero debéis saber que siempre tendréis una birra en la capital a disposición de quien me llame.

Hoy empieza la cuenta atrás para comenzar un viaje hacia un incierto futuro cargado con maletas llenas de recuerdos y cigarrillos de oloroso humo. Puesto que seguiré posteando, podré leer vuestras críticas, insultos o ánimos… pero al menos así lo pongo a viva voz para que no pueda arrepentirme en el último momento. Gracias por haberme leído… y para quien haya llegado hasta aquí, os cedo un regalo. Una frase de cosecha propia, para quien decida algún día tomar mi testigo y escribir alguna historia:


“La historia perfecta nace de un buen comienzo. La trágica de un gran final. Y los buenos finales de una gran transición.”

miércoles, 11 de junio de 2008

Leopold Bloom se va a comer

(Marilyn leyendo a Joyce)
Como parece evidente que todos estamos de exámenes, en lugar de escribir alguna chorradita, pondré aquí un fragmento de una de las obras cumbres de la Literatura Universal: Ulises, de James Joyce.
El momento en cuestion corresponde a uno de los momentos en los que Leopold Bloom vagabundea por las calles de Dublín. Para ser más exactos, cuando va buscando un restaurante donde almorzar:

(James Joyce)


"La sonrisa se le borró mientras caminaba, una nube plomiza cubrió el sol lentamente, sombreando el arrogante frontispicio del Trinity. Tranvías que se cruzan en todas direcciones, para el centro, para las afueras, tañendo. Palabras inútiles. Las cosas siguen igual, día tras día: patrullas de policía salen, vuelven: tranvías entran, salen. Esos dos majaretas haraganeando. Dignam con los pies por delante. Mina Purefoy vientre inflado en una cama quedándose para que le saquen el niño a tirones. Uno que nace cada segundo en algún sitio. Otro que muere cada segundo. Desde que les eché de comer a los pájaros cinco minutos. Trescientos han estirado la pata. Otros trescientos nacidos, lavándoles la sangre, todos están lavados con la sangre del cordero, berreando maaaaaa.
Ciudad entera que muere, otra ciudad entera que llega, muere también: otra que aparece, que acaba. Casas, filas de casas, calles, millas de pavimento, ladrillos apilados, piedras. Cambian de mano. Este propietario, ése. El dueño nunca muere dicen. Otro se mete en su pellejo cuando a él le llega el desahucio. Compran el sitio con oro y aún siguen teniendo todo el oro. Timo en alguna parte. Apiladas en ciudades, desgastadas siglo tras siglo. Pirámides en la arena. Construidas a costa de pan y cebollas. Muralla china de esclavos. Babilonia. Grandes piedras que permanecen. Torres circulares. El resto ruinas, barrios que se extienden, chapuzas. Casascolmena de Kerwan construcciones de papel. Cobertizo, para la noche.
Nadie vale nada.
Ésta es la peor hora del día. Vitalidad. Apagado, tristón: odio esta hora. Siento como si me hubieran comido y vomitado".


(An Irish Guy disfrazado de Ulises)


Para los que no lo conozcáis, ahí dejo la contra de la edición de Cátedra, a cargo de Francisco García Tortosa:

A comienzos de los años veinte, cuando Ulises
comenzó a ser publicada en la revista
norteamericana Little Review, publicación que fue
interrumpida en el episodio XIII por orden
gubernamental, James Joyce engrosaba el elenco
de celebridades que pululaban por París. El escritor
proscrito, que ya había alcanzado cierta notoriedad
por Dublineses y Retrato de un Artista Adolescente,
no era, pues, un oscuro desconocido al que
simplemente se le había ocurrido escribir unas
cuantas obscenidades.


La fama de Ulises se debe en gran parte, a razones
que a veces poco tienen que ver con la novela,
emparentadas con nuestro tiempo y nuestra cultura.
Indescifrable, insulto al lector medio, soez,
escabrosa, vulgar, para unos, penetrante,
innovadora, la mayor creatividad verbal después
de Shakespeare, descubridora del hombre moderno,
para otros. Críticos favorables como Valéry Larbaund,
Ezra Pound, T.S. Eliot, y menos favorables como
Bernard Shaw, Gertrude Stein o Virginia Wolf,
contribuyeron a que una novela enrevesada
alcanzara la popularidad a pesar de que era, y
probablemente siga siendo, lectura que muchos
no se atreven a completar. Esta edición ofrece una
nueva traducción al castellano, que fija el texto
en nuestra lengua teniendo a la vista un mínimo
de cinco ediciones diferentes.


Un libro que no puede faltar en una biblioteca.

lunes, 9 de junio de 2008

Rebuscando en el cajón

La absorción que provocan los exámenes hace que por primera vez no pueda exprimir tiempo y cerebro con algo original, así que subiré uno de esos papelotes que caen en el cajón de la trastienda de los escritores. Una poesía, para variar.




Maldito sabor amargo,
Que empapa el salado de mis lágrimas
Sumiendo en eterno letargo
Las palabras que llenan mis páginas;
Palabras de una vida cansada
Harta de seguir luchando
Por alzar cada día la mirada
Al mundo por el que sigo caminando.

Me ha tocado vivir en tierra mojada,
Por ahogos de penas en llantos
De los huesos roídos y la paja
Donde se acuestan los perros de tantos;

Tantos que se miran al espejo,
Buscando la riqueza que acumulan sus manos,
Y hay tanto vacío en su reflejo
Como solos están sus frios brazos.
Mil gotas de agonía
empapan ahora el fondo de mi ser,
ahogando los mil gritos de socorro
que aclaman ahora el deseo de renacer.


Las doradas plumas del fénix
Que en mí habita
Escaman poco a poco la débil membrana
De mi corazón,
Recomponiendo los trozos rotos de una hermosa mentira
Que un día nubló los jóvenes firmamentos
De mi razón.

Forjadas con rabia,
Templadas con lágrimas,
Se yerguen sobre el campo de batalla,
Las armas que antaño fueron forjadas.

Mi escudo se levanta ahora poderoso;
Hierro y sangre;
Sed y hambre;
Serán mis deseos más honrosos.

Guardaré tus recuerdos en una cajita
Bajo un candado de cien llaves de oro y espinas,
Para que el fino dolor de sus púas
Me recuerde el porqué de mis heridas.

miércoles, 4 de junio de 2008

Jaime Galbarro y las erratas

Aunque no lo parezca, a los componentes de Los Pies Fríos nos gusta la literatura y, además, la buena. Pero, además del producto artístico tangible (llámese "libro"), a un servidor le apasiona todo el mundo técnico, en ocasiones condenablemente (que no condenadamente) desconocido, que rodea al mundo editorial: una experiencia orgásmica para el buen cínico.

Es por eso que hoy os dejo aquí, para vuestro deleite, un artículo de mi amigo y poeta Jaime Galbarro (director de la Revista Puerto, a quien podéis seguir en http://jgalbarro.wordpress.com/ ). Disfrutad:

(En la foto, Don Jaime y lo que yo creo que son Don Quijote y Don Sancho)



UNA ERRATA, POR FAVOR

Las erratas son insidiosas compañeras de viaje de todo aquel que se asoma a la escritura o la lectura. Detectarlas y saberlas enmendar encarna un oficio que requiere paciencia y tesón, ciertos conocimientos y mucho, mucho entrenamiento. He corregido muchas erratas, y probablemente he sido dueño de algunas, algunas verdaderamente engorrosas, por esa razón, cuando he corregido un texto he preferido autodenominarme: “responsable de erratas”.
Sobre erratas y correctores hay mucho escrito, y aquí tan sólo quiero dar una interpretación personal del fenómeno. Me propongo, sencillamente, hacer una tipología heterodoxa de ese oficio que se entiende generalmente como corrector.


- Corrector o corrector de lapsus calami: A este corrector le basta saber lo mismo que el “revisor de ortografía y gramática” del Word, aunque es capaz de aplicar esos conocimientos de manera más razonable y coherente. Es decir, un corrector de este tipo se encarga de revisar que las palabras estén orto-tipográficamente bien escritas, y en principio no tiene por qué entrar en cuestiones gramaticales, ni leerse el texto.



- Corrector de estilo: El corrector de estilo necesita además de todo lo anterior buenos conocimientos lexicográficos y gramaticales. Tiene que detectar errores más invisibles porque el mecanicismo de la lectura los diluye, y debe atender por igual el contenido y la expresión. Los pasajes corruptos gramaticalmente serán su especialidad.



- Corrector-negro: Cuando una obra presenta una media de tres o más errores gramaticales por página puede decirse que estamos ante un corrector negro, más negro cuantos más errores tenga que enmendar, y que llega a ser un corrector negrísimo en aquellos casos en los que tiene que reformular o suprimir oraciones o párrafos completos. Al corrector negro se le pide tener tantos conocimientos como el corrector de estilo, pero además tiene que tener una capacidad camaleónica para adaptarse al estilo del autor en cuestión cuando tiene que enmendar o reconstruir su texto. Para este nivel se necesita tener mucha paciencia y tolerancia para los requiebros literarios del autor. En algunos casos también se le pedirá cierta capacidad literaria para enfrentarse a las reconstrucciones más negras.



- Corrector creativo: El corrector creativo es una tipología nada recomendable para una editorial porque estamos en el fondo no ante un corrector, sino ante un autor que pide paso poniendo zancadillas… El corrector creativo inventa y añade al texto del autor, pero procurar no alejarse mucho de la “corrección de negro” para no ser descubierto.



- Maquetador – corrector: Es un tándem peligroso si el corrector es un corrector-negro o un corrector-creativo. El maquetador-corrector-negro es capaz de quitarte un adjetivo de un párrafo tan sólo para cuadrar las huérfanas. Lo que es una simple travesura puede llegar a convertirse en una gamberrada, en vicio, o en una obra de ingenio cuando el maquetador-corrector-creativo actúa. Esta combinación es sumamente peculiar. Hay casos en los que el maquetador ha dispuesto y corregido el texto de tal manera que ha llegado a crear acrósticos con las letras iniciales de las páginas, y aún puede ser peor… Conozco un caso en el que fundió dos poemas en uno…

No cabe duda de que el empleo de corrector es un trabajo serio, duro y necesario, y que como muchos otros trabajos está muy infravalorado. No voy hacer ahora una lamentatio sobre el asunto, porque tengo una muy buena, cuya lectura recomiendo: Las desventuras de una correctora, que al parecer pertenece al blog de Maritormes, cosa que no he podido comprobar, porque esa entrada no se encuentra en su blog. No es el único caso, José María Cruz Román publicó recientemente (21-04-08) un Réquiem por el corrector, lamentado la pérdida del corrector de periódicos…



Y es que aunque no lo parezca el sector dedicado a la corrección de textos está sufriendo un maltrato editorial significativo, pues de otra manera no podría explicarse el siguiente desaguisado que traigo aquí…
El domingo 13-04-08 el Magazine de El Mundo publicó un adelanto de El juego del ángel de Carlos Ruiz Zafón (Planeta), al día siguiente Arcadi Espada escribía con mordacidad una entrada en su blog titulada “El periódico ha publicado una página de Ruiz Zafón”, y soltaba, entre otras perlas, cosas como: “Desconozco las razones del éxito de Ruiz Zafón. Supongo que tendrán que ver con la escritura, aunque no sé bien en qué sentido”. A. Espada llevaba a su blog un fragmento cargado de erratas e incorrecciones de todo tipo que había publicado el Magazine, y que yo copy & paste a continuación:





“Una madrugada desperté de golpe sacudido por mi padre, que volvía de trabajar antes de tiempo. Tenía los ojos inyectados en sangre y el aliento le olía a aguardiente. Le miré aterrorizado y el palpó con los dedos la bombilla desnuda que colgaba de un cable. –Está caliente. Me clavó los ojos y lanzó la bombilla con rabia contra la pared. Estalló en mil pedazos de cristal que me cayeron en la cara pero no me atreví a apartarlos.”





No he podido cotejarlo con el original impreso (en el libro y en el suplemento), por lo que supongo que en el texto definitivo el corte de las líneas será el correcto, en cualquier caso por este texto no parece haber pasado un corrector serio ni de lejos. Ahora viene el reto: ¿Quién se anima a corregir este texto de Ruiz Zafón, y bajo qué clasificación de corrector lo hace?




Jaime Galbarro, del 19 al 23 de Mayo de 2008

lunes, 2 de junio de 2008

Larga vida al Rey




Sábado 31 de mayo de 2008.
Una tarde como otra cualquiera, soleada para unos pocos, lluviosa para la mayoría de los peninsulares; una tarde que para unos cuantos, para unos cincuenta y cuatro mil afortunados, pasará al cajón de nuestros recuerdos como una de esas joyas de Bohemia que vuelven a brillar siempre que se las mira.
Después de soportar dos horas y media previas enlatada entre la gente, un retumbar de bajos resuena bajo tus pies, despertando la euforia una masa que está allí con una única finalidad: ver a Metallica lo más cerca posible. En ese momento, te das cuenta que estás en la décima fila con más de medio centenar de personas alrededor deseando ocupar tu lugar al precio que sea. Ya es tarde. Cuando las cuatro siluetas son tocadas por las azules luces de los focos, se libera la locura. Mis pies pierden el suelo por momentos, y mis copañeros desaparecen entre cabezas y cabezas que se mueven sin rumbo siguiendo una danza frenética.
Me siento por momentos como una finísima rama de trigo en un inmenso campo de trigales que el viento hace mover a su total capricho.
De repente, cuando el miedo al inminente aplastamiento empieza a apretarme el comprimido estómago, algo ase mi brazo con fuerza, tirando hacia atrás.
- ¡Mírame! ¡Tenemos que salir de aquí! –los gritos de mi amigo resuenan entre la muchedumbre descontrolada mientras, a empujones, codazos, o toda arma física que se le ocurriese utilizar, me aparta de aquel epicentro de desenfreno convertido en un peligroso maremoto de cuerpos que desafían la lógica del espacio.
Al fin, un cuestionable hueco nos permite respirar y tranquilizarnos unos metros más atrás.
Aún sin terminar de creerme muy bien todo lo que sucede a mi alrededor, entro en una especie de trance, embelesada por aquel potente sonido que recorre hasta el más pequeño vello de mi cuerpo. Una pletórica sonrisa se dibuja extrañamente en mis labios.
Siento algo estallando en mi interior al ritmo de las llamaradas de fuego que se retuercen a ambos lados del escenario, lamiendo con lascivia el cielo encapotado de la noche madrileña.
Una certeza me llega entonces, y comprendo que aquel que alguna vez se ha acercado al rock, metal, o cualquiera de sus vertientes aunque sólo fuese por mera curiosidad, jamás habrá sabido lo que significa realmente esa palabra hasta que lo vive en directo. Pero, si además se trata de Metallica, no solamente sabrá lo que significa el metal, si no que se habrá empapado de él hasta la médula, y esa humedad calará tan hondo en sus huesos que jamás se secará.
Nadie me hará olvidar la angustiosa erupción de sensaciones que me provocaban carcajadas de pura euforia mientras escuchaba los primeros acordes de Nothing else matters, ni el dolor de pies y riñones que me hizo arrastrarme durante casi tres cuartos de hora hasta el coche, tras dos horas y media de doblar el cuello tratando de asomar entre las cabezas de una media más elevada que mi normal estatura femenina.
¡Ansiado dolor! Si tan dulces son las heridas que me dejas lamiendo, ¡estoy dispuesta a sangrar!