viernes, 28 de noviembre de 2008

Una escena más...


Sus ojos chispeaban con la luz de la farola que les iluminaba en aquella solitaria avenida. Fuera el frío o las palabras que acaban de resbalar desde sus labios, lo cierto es que unas lágrimas habían comenzado su recorrido para desembocar donde su mentón formaba un óvalo perfecto. El viento corría caprichoso, haciendo que sus cabellos ondearan al compás de su vuelo.


Hermosa. Si hubiera tenido palabras que dar desde el nudo que se formaba donde antes había una garganta, 'hermosa' habría sido la única descripción que habría tenido para ella. Su mirada parda, sus labios del sabor de la miel, su piel salpicada con algunas pecas, dándole el aspecto de una niña traviesa, urgían una respuesta a la pregunta que eran esos puntos suspensivos al final de una frase a medio concluir.


Solo un gesto, cuando una palabra no describe un sentimiento, es solo el gesto suave el que tiene cabida. Un corto movimiento de la cabeza. Aventurándose a acercarse levemente a los labios de sus sueños.


Silencio. Por unos segundos en el silencio solo se oyó el paso mudo de dos viajeros que se atrevían a compartir por enésima vez un viejo camino… Y anclaron esa silenciosa promesa del tierno beso con un nudo formado por sus brazos.


Era un instante fugaz en el que los golpes de la vida, el frío de las noches y la lluvia de la soledad pasaban de largo a su lado, sin detenerse siquiera para recordarles que ahí estaban.


Después de todo es un momento especial aquel en el que podemos disfrutar de condenarnos con otro a vivir una compartida soledad.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Reinas en las sombras.




Supongo que os habrá ocurrido alguna vez una de esas veces en las que os sentáis frente al ordenador y dejáis que el tiempo se os escurra buscando un “nada concreto”. Empezais mirando el correo y cuando os dais cuenta, estáis leyendo con entusiasmo una página sobre las setas venenosas. Es curioso ver las vueltas que da nuestra inconsciente ansia de sabiduría en ocasiones.
Eso, más o menos es lo que me ha pasado en la última media hora. Me senté ante el ordenador mirando la hoja en blanco del word que tenía que cubrir con algo, a pesar de que el usar el verbo “tener” suena a obligación. Como muchas otras veces que me siento a escribir para este blog, decido dejarme llevar por cualquier pequeña cosa que me inspire unas letras, unas frases, y seguir experimentando para saber a dónde me llevan mis extrañas conclusiones.
Para ello, mis cuatro paredes ya están suficientemente vistas y decidí abrir el google y dejar que mis manos inventasen un nuevo camino. Mi primera idea fue escribir el día de hoy para ver si alguna referencia a lo sucedido históricamente en este día me daba alguna pista. Releí, por encima, los sucesos históricos y pasé a los personajes. Y ahí, sucedió el cambio y la chispa. Hombres. Hombres, hombres y más hombres. Hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX no aparecen los primeros nombres femeninos que, además, casi todos pertenecían a actrices.
Como mujer que soy, eso incendió las yemas de mis dedos y su necesidad de teclear la oleada de reflexiones que venían a mi cabeza según buscaba páginas y páginas con información de mujeres famosas anteriores a esas fechas. Y digo mujer, no feminista, por que empiezo a cansarme de que cuando sacamos el tema se nos tache de lo segundo. Ese tema es una realidad que todo el mundo conoce, pero si las mujeres no hablamos de ello ni rescatamos de las sombras de la historia a nuestras predecesoras, nadie lo hará, por que todavía no he visto a ningún hombre que lo haya hecho. Así que, es nuestro trabajo.
Decidí, entonces, convertirme en una especie de buscadora de olvidadas, aunque mis recursos no son del todo los adecuados. Me sumergí en internet y buceé durante un rato en la captura de nombres femeninos que hayan sobrevivido, o quizá malvivido, a la opresión. Descubrí, con no con poca sorpresa, que no es díficil encontrar nombres femeninos si lo que buscas son reinas y emperatrices con peso en la historia. De hecho, a lo largo de los últimos dos mil años de historia prácticamente todas las naciones de África han tenido su brillante reina bélica que ha dado posición y nombre a sus tierras. Excuso mencionar en España a la reina que provocó que el mapamundi tuviese un continente más en su superficie, y cuyo nombre femenino va siempre por delante del de su marido cuando se los menciona juntos.
Pero no era eso lo que yo buscaba. Ser una reina poderosa e influyente no era del todo fácil, pero ser reina sí lo era si tu cuna era de color azul. No es eso lo que quiero rescatar, pues no necesita ser rescatado. Quiero saber de esas otras mujeres que lucharon por ser todo aquello que los hombres ambicionaban sólo para sí. Aquellas que no se conformaron con tejer su ajuar de novia encerradas en su alcoba, ni con escuchar las grandes gestas poéticas en boca de los trovadores. Quiero saber quien era la suave y pequeña mano que realmente escribió tras un pseudónimo masculino, o cuyo descubrimiento hoy figura bajo un nombre inmerecedor de tal mérito.
Me entristece pensar que en la mayor parte de los casos mi búsqueda, o la de cualquier otra persona que lo intente, dejará morir a muchas mujeres que se perderán en el olvido de la historia para siempre, pues es imposible rescatarlas de entre la nada que envuelve su recuerdo.
Es inevitable, y lo siento para quienes no quieran leerlo, hablar de opresión… y también de religión.
Encontré que en la Antigua Grecia las mujeres gozaban de la posibilidad de asistir a las lecciones de filosofía y artes. No es dificil encontrar un nombre femenino entre los grandes poetas griegos, y en la escuela de Fidias eran muchas las mujeres que participaban de su educación. Tampoco en las ciencias y en la medicina se quedaban atrás. Sin embargo, sus nombres no lucen hoy en día al lado de los grandes maestros antiguos.
¿Cuál es la razón? Sencillamente irritante.
Uno de los filósofos más famosos de la historia, Santo Tomás de Aquino, escribió en su Suma Teológica: este es el sometimiento con el que la mujer, por naturaleza, fue puesta bajo el marido; porque la misma naturaleza dio al hombre más discernimiento.
Y esa fue la prerrogativa con la que se rigió la “sociedad civilizada” durante siglos de historia, hasta llegar al punto en el que, hoy en día, en el que mucha gente cree que la lucha por la igualdad se ha ganado, el hombre que escribió dicha premisa es leído con admiración en multitud de libros de historia y filosofía, mientras que tantas mujeres que se vieron opacadas por tal aberración cayeron en la más absoluta oscuridad.
Siguiendo tan humildes consejos, las mujeres fueron excluidas de las Universidades en los siglos XVI y XVII y aún es hoy el día en el que muchas de ellas son enviadas a la Universidad con el único propósito de obtener marido. Sin embargo, en estos siglos, algunos nombres femeninos se han forjado un hueco en el campo de la ciencia, obteniendo sus conocimientos de forma furtiva de los hombres de su entorno; o en la literatura, escribiendo a escondidas bajo un nombre masculino.
No tendré fuerzas para admirar a estas mujeres todo lo que se merecen, ni alcanzo a imaginar la pasión que el ansia de sabiduría despertaba en ellas para compensar todo el sufrimiento y la frustración que había de suponer el freno que su sexo representaba en aquella época. Cómo soportar no poder compartir la alegría de un nuevo descubrimiento, de una nueva obra y ver que otro recoge el fruto y el reconocimiento de tu trabajo.
Si he de quedarme con un nombre después de esta inevitable ácida crítica, mencionaré el caso de María Winkelmann. Esta astrónoma vivió entre los años 1670 y 1720, y tras recibir su educación a cargo de su padre y de su tío, entró en contacto con un astrónomo de su entorno de quien bebió sus conocimientos. Su inmersión en esta rama de la ciencia se vería completada con su matrimonio con Gottfried Kirch, astrónomo prusiano muy reconocido. Como su ayudante, operó en el observatorio astronómico de Berlín y contribuyó enormemente a la materia con el descubrimiento de un cometa y la publicación de una tesis acerca de la conjunción de Saturno y Júpiter. Participó además en diversos estudios en colaboración con su marido. Sin embargo, la muerte del mismo supondría el freno a su carrera. Tras el fallecimiento de éste, María solicitó una plaza de asistente en la Academia de Berlín para la que estaba sobradamente cualificada que le fue denegada por ser mujer y no tener estudios universitarios, a los cuales no podía acceder, evidentemente, por ser mujer.
Sólo un nombre, sólo un párrafo. Ridícula forma de honrar a alguien que se merecería un puesto de honor en un libro lleno de mujeres que todavía está por ser escrito.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Héroes de los que nadie escribe


Hay personas que intentan mejorar su pequeño universo. Vidas que se encargan de ser brújulas para los que, perdidos, entran en su círculo íntimo. Vidas que buscándolo o sin buscarlo acaban siendo faros entre un mundo repleto de dudas.

Normalmente no se les reconoce por su aspecto. Se les reconoce por los gestos, pensamientos, palabras de aliento o consejos que manan de ellos, como si de una fuente se tratara. Son cruzados de una batalla propia. Adalides de un ideal olvidado por tantos que parecen ser almas que vagan buscando una compañía afín.

Para ellos el enemigo a batir puede tener diferentes rostros: la soledad, el olvido, el dolor… Y sin embargo, a pesar de haber ganado bastantes batallas, de contar con cientos de buenos momentos, y de haber visto los resultados de su esfuerzo, portan tras sus espaldas batallas perdidas, derrotas que les hace replantearse si han sobrevivido un día más o si solo les queda un día menos que soportar.

Esas personas son héroes, sean reconocidas como tales o no. Son anónimos que con su sacrificio consiguen que su honor permanezca limpio. Sus esfuerzos pueden resultar vanos o efímeros, pero siempre alzan su brazo cuando estiman que su ayuda es necesaria. Pero tienen tantos fantasmas en su conciencia que a veces escapan. En ocasiones minan su resistencia, destruyen su ser, hacen algo irrisorio de lo que han convertido en un ideal, ofuscan su juicio para hacerles olvidar que su misión nunca se movió por una medalla o por una palabra de agradecimiento. Su recompensa no iba más allá que el vano orgullo de saber que si las cosas estaban bajo control era gracias a los pilares que ellos iban colocando donde veían que el puente iba a caer.

Y algunos de ellos, que mirando desde un enfoque son bajas muy considerables, sufrieron tanto que se convirtieron en aquel gris que rechazaban adquirir en el principio de sus caminos. Una nada que no hace honor ni reconoce el mérito de los pasos que recorrieron día tras día, convirtiéndolos en una sombra de la luz que fue su vida.
Porque después de todo, cuando lanzas el escudo a tierra, ese símbolo con el que defendías el ideal ante el que clavabas la rodilla al suelo, no dejas de defenderlo.

Directamente lo asesinas con las manos descubiertas.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

La vié en rose


Lucía miró ensimismada las grandes lámparas de la antesala del teatro.
Era su primera vez en el ballet.
La idea de asistir no la había entusiasmado demasiado al principio. A sus ocho años, todo lo que recordase a música clásica sonaba más bien aburrido. Su madre había insistido en llevarla y, finalmente gracias a que su prima, sólo dos años mayor que ella, parecía encantada con la idea, había accedido a ir.
Sin embargo, ahora que se encontraba aguardando la hora del espectáculo en la recepción, se alegraba de estar allí. Estaba emocionada con tanta gente alrededor. Miraba, maravillada, los elegantes trajes que vestían las señoras mientras sonreían y conversaban sosteniendo copas de champán entre sus manos; las enormes alfombras rojas que cubrían el suelo y subían las escaleras hacia los palcos; las altas cristaleras que provocaban juegos de luces sobre el interior del vestíbulo… Le parecía estar casi en un palacio, rodeada de “gente importante”.
Al fin, dos caballeros vestidos de “pingüino” abrieron las doradas puertas del teatro permitiéndoles el paso.
Su madre las guió al interior y Lucía contempló asombrada la grandeza del salón mientras buscaban los asientos correspondientes. Habían tenido suerte, pensó al sentarse en la quinta fila, muy cerquita del escenario. Desde allí se vería estupendamente, aunque por otra parte no dejaba de sentir cierta envidia de las personas que estaban todavía acomodándose en los palcos. Desde allí arriba gozaban de una posición privilegiada y podían ver a todo el mundo. Seguramente sería gente con mucho dinero.
Por fin, las enormes cortinas se abrieron y la lejana música comenzó a sonar, creciendo a medida que las luces mostraban una silueta. En el escenario, solitario, un anciano de ropas raídas caminaba con la mirada perdida, tocando su acordeón y cantando una nostálgica melodía en francés. Parecía pobre, pues su abrigo estaba roto, y se abrazaba a su botella de vino con cara triste, como queriendo recordar alguna antigua aventura mientras cantaba. A su alrededor, los bailarines danzaban historias de amor, de tristezas, de alegrías pasadas… Mientras, él se paseaba animando al público a cantar con él. Lucía cantó a pleno pulmón, palmeando con todas sus ganas, animada por el resto del público que entonaba aquella bonita canción junto a aquel loco y tierno anciano. Todo el mundo le aplaudía y le quería.
Cuando terminó la actuación, los actores y bailarines salieron a recibir el baño de multitudes. Lucía aplaudía encantada. Había disfrutado enormemente y cuando el anciano salió, fue la primera en levantarse de la silla. El público lo recibió con una enorme ovación a la que él respondía con su tierna sonrisa despistada, continuando su papel como si aquella actuación no hubiese existido para él, si no que accidentalmente se hubiese tropezado en el escenario en un solo momento de su vida. Era, sin duda, la estrella de la obra.

Cuando salieron al exterior, la pequeña continuaba con la emoción que había ido creciendo desde su entrada al teatro. No dejaba de hablar mientras recreaba torpemente la danza de los bailarines agarrada del brazo de su madre. Ésta la dejó hacer, pero advirtiéndola con la mirada. Se sentaron en uno de los bancos de la estación de tren, a esperar el que había de llevarlas de regreso a casa. La noche había caído mientras ellas estaban en el teatro, y el tiempo había refrescado.
Su madre se sentó y se anudó un pañuelo al cuello para cubrir su desnudez. Lucía, de pie, seguía danzando sonriente.
Tras unos minutos, un anciano se asomó por la entrada de la estación. Sus ropas de abrigo estaban sucias y un poco rotas, y su pelo blanco y mal cortado parecía no haber sido lavado en mucho tiempo. Llevaba una gran bolsa cerrada con cremallera que casi arrastraba por el suelo. Caminaba con dificultad, despistado, entre las columnas del andar. Lucía lo miró divertida. Él se percató y le sonrió mostrándole una dentadura en la que faltaban la mitad de los dientes. Ella se rió y le dedicó una pirueta como las que había visto hacer a los bailarines. Él aplaudió complacido y le respondió con una reverencia.
- Lucía, ven aquí. –el tono de su madre sonó firme y enfadado. La pequeña la miró entre sorprendida y asustada.
- ¿Qué pasa, mamá? –preguntó sentándose a su lado.
- ¿No te he dicho que no hables con extraños? No te acerques a esa gente.- añadió en un susurro.
Lucía miró a su madre y frunció el ceño, confusa. Intermitentemente y con la cabeza llena de interrogaciones intercambió su mirada entre su madre y el anciano que, apenado, se había ido a tumbar en banco más alejado y solitario de la estación.

martes, 18 de noviembre de 2008

Metal escocés hecho por israelíes.




Pues sí, tal como suena. La mayoría, supongo que al igual que yo la primera vez que oí el título, habréis puesto una cara de asombro de las que se retratan mejor en los smilies del messenger.

Esto de estar de Erasmus tiene sus ventajas, (muchas sí, todos lo estáis pensando, aunque también tiene sus contras aunque no lo creáis) y al fin, empieza a dar sus frutos ese intercambio multicultural que se produce.
En mi caso, dos de los amigos más cercanos que he hecho aquí en las frías tierras de Germania, son israelíes, y ella es quien me ha mostrado este grupo. Tal y como queremos mostrar en Los Pies Fríos, es un grupo escondido en los callejones, en la sombra, esperando su oportunidad pero divirtiéndose mientras en baretos y pequeños festivales de villa donde tocan.
Su estilo resulta de un intento de unir culturas en un país en el que conviven en una sola ciudad las tres religiones más importantes e influyentes del mundo. Sólamente con este detalle no me explico cómo no se me ha ocurrido antes mirar para aquel país, que ha de estar lleno de una cultura realmente interesante.
Aquí os dejo, sobre todo para los que os guste el metal en todas sus vertientes, un nuevo grupo que fusiona estilos y tiene ese sabor escocés que ha dado nombre a su propio estilo. Si a eso le sumamos la potente voz que su cantante maneja a su antojo, con cierto aire a la voz de Floor Jansen de After Forever, no tienen desperdicio.
Ellos son Xamavar, y podéis ver un poco más en su página web y escuchar su música.
Os dejo el enlace de una de sus canciones, particularmente mi favorita.

http://www.xamavar.com/audio_track-001.html

sábado, 15 de noviembre de 2008

Voces.



- Oía las voces en su cabeza. A veces decían que debía morir, otras veces le musitaban palabras de ánimo, pero sea como sea, siempre estaban con él. La primera vez fue la más difícil, apenas tenía dieciséis años, no habían familiares que pudieran localizar y el médico dictó la enfermedad. Según alguien de la calle estaba loco. Pasaron años y la medicación iba en aumento, sobre todo cuando las crisis eran más peligrosas. Tres intentos de suicidio, dos o tres peleas de bar, su humor y su manera de comportarse cambiaron… pero él decía que era el de siempre, que no estaba ido, sencillamente sentía que tenía que hacerlo. La última vez que lo vi, cubierto de sangre, con las muñecas abiertas, me dijo que era lo mejor, que lo había sentido, igual que con las peleas. Igual que cuando estampó su coche con un camión que transportaba escombros. Llevaba unos cuantos días en modo zombis, la medicación, ya me entiendes –sacó la lengua y puso los ojos en blanco- pero aún así, cuando tenía un respiro sin esas drogas, afirmaba que seguía oyéndolos, y que la medicación hacía que los pudiera ver. No sé, igual estaba en lo cierto. Igual alguien le hablaba de verdad… ¿Quieres un cigarro? –lo encendió y sonrió amargamente- ¿Qué hombre no tiene sus vicios? ¿Eh? Como iba diciendo, igual, en lugar de haberlo atiborrado a pastillas habrían tenido que preguntarle quién le hablaba… habría evitado mucho desgaste de algunas personas… Jules, Marta…

- ¿Así lo crees? –le interrogó el otro.
- Quizás.
- ¿Tienes un rato?
- Claro.
- Bien… déjame contarte mi historia –tomó un trago de su vaso y lo dejó a medias, poniéndose la chaqueta mientras añadía- Pero no aquí, conozco un lugar “mejor” para hablar de estos asuntos. Sigue el wolksvagen negro. Te esperaré.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

A-V (parte 1)


Rescato un relato del cajón. Espero que os guste.


Silvia se desperezó en la cama y echó las mantas hacia atrás con cierto pesar. Los cristales de la ventana se mostraron empañados. en su primer parpadeo matutino, pero la claridad que se colaba a través de ellos era suficiente para hacerla gemir.
Sus pantalones y su jersey de diario, y una rápida coleta no le hicieron perder el tiempo, ni tampoco su rápido desayuno. Las horas en aquella última semana antes de los exámenes de febrero eran demasiado valiosas como para desaprovecharlas escogiendo el vestuario, y ya se había levantado más tarde de lo deseado. Tras un café bien cargado y unas magdalenas que su madre le obligó a comer, se enfundó en su abrigo y se cargó los libros sobre el brazo izquierdo. En el ascensor, como hacía habitualmente, se tanteó insegura los bolsillos del abrigo para comprobar que las llaves de casa y el teléfono móvil estaban en su lugar adecuando. Todo bien.
Estaba a punto de salir del portal cuando reparó en los buzones. Casi nunca había correo a esas horas, pero por simple reflejo curioso, escudriñó entre las rendijas de la puertecilla del 5ºA. Algo se recortaba a contraluz por la escasa claridad que se aventuraba dentro del recipiente. Silvia sacó las llaves del bolsillo e introdujo la más pequeña en la cerradura. La manilla crujió y la puerta dejó al descubierto el canto de un sobre de color tostado. La muchacha lo cogió entre sus manos intrigada, y salió del portal contemplándolo a la luz del día. En el anverso del sobre había unas letras negras con una ornamentada caligrafía impecable en las que se leían tres letras: S. R. G. , sus iniciales. Nada más. No había ni remitente, y lo más extraño de todo, ni un solo sello, ni matasellos. Absolutamente nada más que sus iniciales, y una pequeña lacra de cera roja con un símbolo grabado a presión cuando la cera estaba aún caliente.
“Qué raro.”, pensó Silvia. “Seguro que es alguna tontería de Pablo”. Sonrió ante la idea y rápidamente abrió la lacra con renovada ilusión. Pablo era su novio desde hacía un par de meses, y era un hombre muy detallista con su pareja. No era la primera vez que se encontraba alguna carta romántica suya en el buzón, o alguna rosa sobre el felpudo de su puerta.
La cera se levantó limpiamente y el papel se levantó. En su interior, se adivinó una especie de tarjeta de un papel bastante fuerte, de color negro intenso. Silvia deslizó sus dedos bajo la tarjeta para extraerla y una extraña viscosidad la hizo retroceder, sorprendida. Se miró la yema de los dedos. Un rastro viscoso de un rojo oscuro se emborronaba en sus huellas. Lo olió, pero no percibió ninguna relación momentánea. Intrigada, sacó finalmente la tarjeta del sobre y la volteó sin dudar. Todo el cartón era del mismo color negro impoluto que el reverso, a excepción de una gran X marcada en el centro. Silvia sintió que su estómago se revolvía ante la inquietante sensación de que aquella marca estaba escrita con sangre, y que era eso lo que había ensuciado sus dedos al quitar la tarjeta del sobre.
El pitido de un coche la sobresaltó y se encontró de bruces con la realidad de su vida, allí parada en la acera. Rápidamente guardó el sobre con la tarjeta en el bolsillo interior de su abrigo y aceleró el paso hasta la biblioteca.
- Muy gracioso, Pablo. –dijo en tono airado al auricular del teléfono móvil. -¿me quieres explicar qué demonios significa el regalito? –al otro lado del aparato, su novio pareció hacerse el desentendido, y Silvia empezó a mosquearse de verdad. -¿Cómo que qué regalito? Pues la tarjeta que me has dejado hoy en el buzón. No me ha gustado nada. ¿Cómo que no la has dejado tu? Eres el único que me deja cartas. ¿Quién puede haber sido entonces? –Silvia empezaba a estar realmente confusa. -¡Claro que no tonteo con nadie más! Y te aseguro que no parece precisamente una tarjeta de un admirador secreto. –dijo. Su interlocutor pareció tratar de apaciguarla y poco a poco Silvia fue recuperando la calma. –Sí, me gustaría mucho que vinieras a verme. De acuerdo, te espero para comer entonces. Estaré estudiando. –un último “clic” zanjó la conversación y Silvia inspiró profundamente antes de entrar nuevamente en las aulas de estudio de la biblioteca.
El silencio que reinaba en la gran estancia se cortaba tensamente con cada carraspeo, estornudo, o chirrío de la puerta mal engrasada de la entrada. A veces, sobretodo si la lección era especialmente pesada, costaba mucho mantener la concentración. Pero en aquel momento no era el contenido del temario lo que desconcentraba a la joven, si no aquella misteriosa misiva.
Sin poder contenerse, sacó de nuevo el sobre y lo tomó entre las manos a la luz de la lámpara que caía sobre la mesa justo delante de su cabeza. Examinó con meticulosidad cada rincón del sobre, por si encontraba quizá algún rastro de escrito borrado, alguna marca… pero el papel estaba excepcionalmente limpio. Se fijó entonces en la lacra, más concretamente en el símbolo que sobre ella se había estampado. Parecía una especie de A mayúscula invertida, inscrita en un círculo. Era un símbolo sencillo, pero Silvia no recordaba relacionarlo con nada.
Por curiosidad, se acercó en silencio a uno de los ordenadores de consulta que estaban en una esquina, y se conectó en Internet tratando de buscar no sabía muy bien el qué. Navegó por varias páginas de simbología y en ninguna ocasión reconoció el símbolo que sellaba su carta. Cansada y frustrada, regresó a su silla a esperar a la llegada de Pablo.
Se recostó contra el respaldo del asiento y perdió su vista en la luz, como hacía siempre que la lección se ofrecía a disfrutar del paisaje. Su mirada se fijó en la lámpara por pura casualidad, y en un instante, su mente abandonó el color blanco y recuperó la lucidez fijando aquello que sus ojos veían. En un reflejo de su cerebro, dos imágenes se fusionaron y una pequeña coincidencia hizo que Silvia diese un respingo, sobresaltando a todos los que estaban alrededor. Enrojecida se disculpó, y tragó las miradas de desaprobación de sus compañeros hasta que todo volvió de nuevo a la normalidad.
Nerviosa, alzó de nuevo la mirada hacia aquello que había llamado su atención. Aquellas lámparas estaban trabajadas con la misma artesanía que las coloridas y enormes vidrieras que adornaban las paredes del antiguo edificio. La mayoría de ellas, tanto los ventanales como las lámparas, se configuraban con motivos bíblicos y mitológicos. Y aquella era un ejemplo como las demás. En su contorno vítreo se veía una escena, probablemente del santoral eclesiástico. Silvia no sabría decir quién era el representado, pues desconocía bastante ese tema, así que solamente reconoció dos hombres, uno de ellos santificado con la aureola, que rezaban de rodillas ante un altar. A continuación, los mismos hombres se repetían en la escena, arrodillados ante el mismo altar, y sin embargo, la expresión de sus caras no denotaba oración, si no más bien… horror. Lo que había llamado la atención de la joven, era el símbolo que levitaba sobre los altares. En la primera secuencia una A mayúscula, y en la segunda, esta letra se repetía pero aparecía invertida, con el pico hacia abajo.
- Ya estoy aquí. –dijo una voz masculina a su lado. Silvia se volvió todavía ida y se olvidó de saludar a su novio. -¿Estás bien? –le preguntó el un tanto extrañado. Ella lo miró y asintió con la cabeza no demasiado convincente. -¿Nos vamos ya?
- Sí. –contestó Silvia cerrando sus libros. Antes de levantarse, miró de nuevo la lámpara, y le hizo una señal a Pablo.
- ¿Tienes alguna idea de a qué pertenece esa escena? –le preguntó señalando el objeto iluminado. El joven permaneció un rato callado observándola pero finalmente se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
- No, no me suena de nada. ¿Por qué? –preguntó. Silvia se levantó y cogió su abrigo.
- Por nada. –dijo cogiéndolo del brazo y tirando de el hacia la puerta.

Una ráfaga de viento rodeó su cuello desnudo haciéndola estremecer, y Pablo se apresuró a colocarle la bufanda. Dos calles más abajo se encontraba su bocatería habitual, y se apresuraron hacia ella huyendo de la fría tarde. Pronto estuvieron sentados en una de las mesas que se apostaban contra la pared, muy cerca de la puerta, y Silvia aprovechó para mostrarle la carta a Pablo mientras no traían su comida.
- Si que es extraña. –ratificó el joven. -¿No había nada más en el buzón? –Silvia sacudió la cabeza. –Desde luego, no hay duda de que va dirigida a ti, por que ninguno de tus vecinos tiene tus mismas iniciales, ¿no?
- Que yo sepa, no. Además ya sería mucha coincidencia que metiéndola en el buzón equivocado coincidiesen las iniciales. Además…-añadió la joven dudando- ese símbolo de la lacra… lo he visto hoy en otro lugar. –Pablo alzó la cabeza interesado. –En la lámpara. –el joven bajó la mirada nuevamente hacia el sobre.
- ¿En la lámpara? –Silvia asintió.
- Era el símbolo que había sobre el altar en las dos escenas, solo que en una de ellas estaba invertido. –explicó. Pablo pareció recordar.
- Sí, es cierto. Por eso me preguntaste si reconocía la escena. –el joven se acarició la barbilla, rascando la creciente barba que asomaba ya a su todavía temprano rostro. –No tengo ni idea de lo que puede significar, pero lo más seguro es que se trate de una coincidencia, o una broma pesada de alguna de tus amigas. –dijo finalmente tratando de quitarle hierro al asunto. –Es mejor que rompas ese sobre y te olvides del tema. Estás en la recta final para los exámenes y lo que menos necesitas son distracciones. –aconsejó levantándose para ir al lavabo. Silvia suspiró y se recostó pensativa contra la pared, perdiendo la vista en las personas que caminaban distraídas por la acera.
- Supongo que tienes razón. –musitó en voz baja sin apartar la vista del exterior. Unos metros más allá, a Silvia le pareció ver a una de sus amigas de la universidad. Se inclinó hacia adelante para tratar de verla mejor a través del cristal, pero en ese momento, una figura se interpuso tapándole la luz. Silvia estaba a punto de echar el cuerpo hacia la derecha para esquivar al molesto transeúnte, cuando sus ojos se posaron en el enorme sello engarzado en la mano que asomaba bajo la negrura del abrigo. Allí estaba ese símbolo, tallado magníficamente en el más puro oro que relucía aún sin un sol que destellara sobre el. Silvia alzó rápidamente la cabeza pero la figura se había volteado y caminaba ya entre el gentío. A toda prisa, la joven se precipitó a la calle y buscó con la mirada el contorno de aquella silueta, pero allí no había ningún abrigo oscuro. Caminó unos metros hasta la próxima calle y escudriñó hasta la última chaqueta que sus ojos alcanzaban a ver, sin resultado. Desconcertada, volvió sobre sus pasos tratando de poner en orden sus ideas.
- “Solo son coincidencias. –se dijo- Mucha gente lleva su inicial en un anillo. Seguro que se lo puso al revés.”-murmuró consciente de que estaba haciendo esfuerzos por convencerse a si misma de sus palabras. Pablo estaba en la puerta de la bocatería con expresión preocupada. Silvia le sonrió y lo besó.
- Perdona por dejarte solo. Creí haber visto a Sandra.

A-V (parte 2)




Las horas vespertinas pasaron lentamente bajo los fluorescentes de la facultad. Después de todo lo sucedido, Silvia había preferido no volver a la Biblioteca, e ir a estudiar a una de las aulas de su Escuela, a pesar de estar atestadas de alumnos. A las nueve de la noche el conserje apareció por el pasillo indicando que era hora de cerrar, y la joven se apresuró a recoger sus cosas, resignada. Desde el incidente en la bocatería no había vuelto a producirse ningún suceso extraño que implicas el misterioso símbolo, y ella había acabado por quitarle importancia al fin. Llevaba una semana muy estresada por los exámenes, y los nervios a veces juegan malas pasadas.
Se anudó su bufanda al cuello y se encaminó de vuelta a casa. Era casi hora de cenar, y su estómago rugió ratificándolo. A pesar del frío, Silvia se sentía especialmente cómoda fuera. Era una noche extraña. A penas había gente en las calles, y la poca que había se apresuraba a llegar puntual a la cena, sin pararse a pensar en lo agradable de la ciudad bajo las anaranjadas luces de las farolas, o lo grande y llena que se veía la luna en aquel momento. Se dejó llevar tranquilamente por calles y calles, sin que la prisa molestase su paseo nocturno.
Perdió la noción del tiempo y del espacio, y no sabría decir cuanto tiempo llevaba caminando, ni en qué lugar exacto se encontraba en aquel instante, pero su cuerpo no acusaba cansancio alguno, ni deseo de detenerse. Casi por instinto, enfiló un callejón que acariciaba sus pasos con losas de piedra, para llevarla hasta la oxidada verja que cerraba la entrada a un camposanto. Su cuerpo se detuvo por un momento, y observó lo que tenía delante. En medio del cementerio, entre antiguas y abandonadas tumbas, se erguía una pequeña iglesia de piedra. Por el aspecto no era muy frecuentada. En algún rincón de su mente, Silvia relacionó el edificio con algún vago recuerdo. Seguramente no era la primera vez que pasaba por allí, pero hasta ahora no debía haber reparado lo suficiente en la Iglesia. No tuvo demasiado tiempo para tratar de meditar sobre ello, pues sus músculos reaccionaron nuevamente, y se encontró a sí misma empujando la destartalada puerta de la verja. Antes de que pudiese siquiera preguntarse en qué era lo que demonios estaba haciendo, ya caminaba hacia la apuntada puerta del templo. Un arrastrado silencio acompañó sus pasos, y un trepador frío húmedo fue poco a poco apoderándose de sus piernas. Sin dejar de avanzar entre la neblina que crecía susurrante alrededor de su cuerpo, observó como las pesadas hojas de la puerta se abrían para ella, cuando todavía faltaban metros para que ella llegase a su altura. Al mismo tiempo, el murmullo que la acompañaba fue poco a poco deshaciéndose en gemidos. Volvió la vista abajo y comprobó aterrada como la húmeda niebla que la rodeaba, extendía sus finos dedos por su cuerpo, rasgando sus ropas entre alaridos que se perdían desde las ondulantes profundidades del vaho. En su interior, el corazón de Silvia quiso rebelarse contra todo eso; gritar y zafarse de aquellas manos invisibles que la estaban desnudando a jirones. Pero su cuerpo no le respondía. Contra todo deseo, sus piernas casi desnudas seguían avanzando entre aquella incesante procesión de agonizantes lamentos, mientras los retales de sus ropas raídas iban desprendiéndose entre la niebla. Cuando llegó al umbral de la puerta, estaba completamente desnuda y cubierta de arañazos. A pesar del frío invernal, la joven no sintió ni la gelidez ni el dolor que deberían producirle las heridas que dibujaban finos hilos de sangre sobre su piel. Cuando sus pies desnudos rozaron la alfombra, una tenue luz fue paulatinamente iluminando la estancia. Las velas que guarnecían los lados de el pasillo fueron encendiéndose a su paso, mostrándole el camino que sus pies seguían por irrefrenable instinto. A primera luz todo parecía cubierto por el peso de la edad y el abandono. Una fina capa de polvo y telarañas cubría los hinchados bancos, el enlosado suelo y la raída alfombra que descansaban etéreas en el templo. Pero a cada paso que ella daba, una espiral de humo se levantaba apartando toda esencia de impureza, y la luz renovaba aquel lugar como el agua renueva la tierra seca. El pasillo llegó poco a poco a su fin, y las velas siguieron encendiéndose alrededor del altar que se alzaba frente a ella, haciéndose los cirios cada vez más altos, hasta que el gran retablo quedó totalmente iluminado. Ante ella, se alzaba un poderoso fresco que dominaba la nave con la fuerza que despedía. En el podía verse un ángel con las alas desplegadas hacia arriba formando una perfecta “uve”. Su rostro estaba semioculto por una máscara terrible, y la miraba implorante con sus ojos pétreos, transmitiéndole un intenso sufrimiento que la chica sintió en sus propias entrañas, al ver la espada que atravesaba las dos alas del ángel, haciendo que la sangre brotase y se desparramase ensuciando las oscuras plumas de sus apéndices. Un creciente murmullo se dejó escuchar en la estancia al mismo tiempo que un montón de figuras oscuras se delataba a ambos lados de la nave. Sus siluetas permanecían ocultas bajo infinitas capuchas negras, y todas las túnicas llevaban grabado el símbolo de la A invertida, que sin duda no era otra cosa que las alas del ángel y la espada que las atravesaba. En armónico ritual, se adelantaron acompasadamente hacia ella sin mostrar en ningún momento su rostro, mientras entonaban en voz cada vez más alta letanías en latín. Sus voces de ultratumba retumbaban en las paredes rocosas rasgando el potente eco de su timbre. Las figuras llegaron al pasillo y se detuvieron en seco, girando hacia el altar enfilados sobre la alfombra escarlata. Silvia sentía sus intensas respiraciones en su nuca, hasta que se dio cuenta que lo que escuchaba no era otra cosa que los acelerados latidos de su corazón que golpeaban sus sienes con desesperación, tratando de hacerla volver a la realidad.
Una cosquilleante calidez le recorrió la espalda desde los omóplatos hasta las caderas, haciéndola estremecerse. El olor de la sangre que brotaba de su cuerpo excitó sus sentidos y sus pupilas se dilataron en una mueca de horror. Sus brazos sintieron el tacto de la seda con la que la estaban vistiendo, una simple y fina bata del color del líquido que ella misma despedía. La tumbaron sobre el altar y limpiaron sus heridas sin dejar de en ningún momento de orar. La joven veía todo como a través de un extraño velo blanco. Las velas de la lámpara que oscilaba sobre su cabeza desfiguraban su visión en un lento compás de escenas de las que era la protagonista pero no la dueña. El ángel del cuadro seguía con la vista fija en sus ojos, y desde su posición, parecía precipitarse de la pared y querer cubrirla con sus alas heridas. Una oscura figura se cruzó entre ella y el retrato y sus ojos captaron al séquito que la rodeaba. Dos hileras de encapuchados se inclinaban reverencialmente ante el altar, entonando su cántico cada vez con más fuerza. Silvia se sintió cada vez más atrapada entre aquellos verbos, sentía que eran aquellas palabras las que la ataban sobre aquel altar, las que aprisionaban su cuerpo y la hacían prisionera de él. Trató de gritar y quiso revelarse ante su propia esencia, desatando el dolor que las heridas que la surcaban habían de producirle. Cuanto más se revelaba ella, más alzaban ellos su voz y sus cantos. En un último suspiro, su voz encontró un ápice de luz para resonar por última vez entre aquellas cuatro inmensas paredes, mientras una hilera de filos metálicos se alzaban sobre su cuerpo al son de la última letanía que sus oídos escucharían: “En polvo eres y en polvo te convertirás”.
Silvia se despertó sobresaltada y se inclinó sobre su cama tratando de calmar su frenética respiración. Se tocó la frente. Estaba sudando. Tenía la garganta seca, como si hubiese estado gritando durante horas en un concierto de rock. Su madre entró en ese momento.
- ¿Estás bien, Silvia? Te he oído gritar. –le dijo con cierta preocupación en el rostro. La joven miró a su alrededor un poco anonadada.
- Es que he tenido una… pesadilla. –contestó con la conciencia todavía obnubilada. –Y ha sido de lo más extraña.
- Es hora de que te levantes ya, si quieres aprovechar el día. –la instó la madre ignorando darle más importancia al asunto. –Vístete mientras te preparo el desayuno. Por cierto, tienes correo. –añadió dejando un fajo de sobres sobre su cama antes de salir del cuarto. Silvia se frotó los ojos para espabilarse y se estiró todavía sentada sobre el colchón. Perezosa, cogió las cartas y las ojeó. La mayoría eran del banco o de propaganda de alguna marca de venta por catálogo. Fue descartándolas sin prestarle mucha atención. Ya estaba a punto de arrojarlas todas sobre el escritorio cuando la última apareció entre sus manos. Era un sobre de color tostado. En el no había más que tres letras escritas en el anverso de la hoja. Tres grandes S. R. G… El reverso estaba sellado con una lacra de cera roja, en la que se imprimía un símbolo. Una ferviente ansiedad acució el interior de la joven, mientras despegaba la lacra y deslizaba sus dedos bajo el dobladillo del sobre. Sus dedos temblaron al levantar la tapa… antes de que el sobre cayese sobre el suelo del cuarto. Ahogando un grito de pavor, Silvia contempló horrorizada el color negro de la tarjeta que asomaba en el interior del sobre.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Palabras sin sentido.

Hay días que tu vida es una mierda. Que las sucesión de detalles que compondrían tu universo, parece haberse levantado con el pie cambiado y directo a un gran pozo de lodo para que te ahogues ahí.


Hoy, que me leéis, seguramente sea lunes, pero el Domingo ha sido el verdadero día en que escribo estas letras. He discutido con amigos y familiares, mañana empezaré a trabajar en un empleo como receptor de broncas y voy encaminando mi vida a la independización.


Pero sigo teniendo que comerme marrones.


La gente dice que se cree fuerte, en general es difícil encontrar a alguien que no piense que en las situaciones putas, hay una esperanza. Pues yo me contaba entre todas esas personas, y hoy sin embargo, mi imaginación no se escapa de un tema: la locura. Y sin embargo, espero no estar tarado.


Posiblemente, hoy esperaríais un post romanticón, ya que soy quien suele tener un “ella” en los escritos, pero es que ni por esas. Hoy estoy muyyyyyyy quemado, demasiado, más de lo que me gustaría y más de lo que aguanto. Tras un viaje en el que redescubrí partes ocultas en mí, en el que otras fueron desarrollándose a su punto más álgido y en las que las más débiles cayeron para hacerme ser como soy, sacrifiqué varios principios que jamás pensé que podría hacer.


No creo en el amor, y empiezo a dudar de si los héroes no son tan buenos como parecen, los universos que podríamos crear a nuestro alrededor no son más que mentiras de las que solo queremos ver luces, sin pensar o sin querer saber que pueden contener muchas más sombras que iluminaciones.


La vida es un mero trámite y las incoherencias de los locos, en ocasiones, tienen muchísima verdad. En resumen, una sonrisa es mucho más etérea y fugaz que una lágrima. Y sin embargo, hoy no tengo huevos de valorar la risa por encima del lamento.


Solo hay algo peor que un caballo perdedor, que un pesimista de nacimiento o que un tramposo sin cartas en la manga.


Y eso es un optimista desengañado.

domingo, 9 de noviembre de 2008

De risa




¡Buenos sábados queridos lectores!


Esta mañana me he levantado y al encender el ordenador la primera noticia que veo en el Yahoo de portada, es la que aquí os presento como motivo de mi recocijo.


Resulta que en Turquía hay una villa llamada "Batman". Sus habitantes, demostrando una inteligencia desbordante y una grandísima humildad, han decidido aprovechar dicho hecho para demandar a Christopher Nolan y a todo aquel al que se le ocurra poner el nombre de la innombrable (no vaya a ser que me demanden) por utilizar el topónimo de su adorada (y aprovechada) ciudadela sin permiso.


Digo yo, ¿eso no se les acordó en los últimos setenta años que lleva el comic circulando?


¿O será que aun comic no se les saca dinero? Esto viene a demostrar una vez más que los escritores somos pobres mientras que los directores de cine se forran con nuestros inventos. XD




Volviendo al tema, supongo que el juez tendrá la lucidez suficiente como para darles un tirón de orejas a los batmanianos y batmanianas, ya que si no al día siguiente veo los juicios repletos de Ayuntamientos que reclaman sus derechos. Vivimos en un mundo repleto de culturas, de idiomas... Es casi imposible inventar una palabra sin que coincida con otra ya existente.


Eso sin contar que el Batman utilizado por el comic y la película es la composición de dos palabras de origen inglés, que, probablemente, tienen muchos más años que la ciudad en cuestión. Que tengan cuidado los curdos no vaya a ser que les vaya la demanda de vuelta por utilización de un vocablo inglés en tierras extranjeras sin permiso.




¿Y no les habría sido mejor aprovechar el filón montando una macroconvención friki? Creo que sería una manera más positiva de atraer la atención y el turismo sobre la ciudad que una demanda sin sentido. En fín, ellos sabrán.




Por otro lado sólo me queda recordar que los fines de semana a partir de ahora serán espacio libre para nuestros lectores. Así que podéis ir enviando todo lo que queráis compartir con nosotros: críticas, artículos, noticias, relatos, poesías, fotografías... Tema libre.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Gente en el tren: Amor en la mirada.


Hola de nuevo añorados lectores!:

Sí, reactivamos por fin las publicaciones.


He elegido para empezar, compartir una de mis reflexiones que han estado surgiendo en las últimas semanas.

Me encanta el ambiente de los trenes. Ese aire bohemio que se respira en las estaciones, y que se alarga en cada trayecto. Cientos de vidas que se cruzan cada día sin reparo aparente entre ellas. Pero de vez en cuando surge cierta chispa que hace que tus ojos y tu mente se centre en una persona más de lo normal. ¿Por qué? Es una incógnita. Tal vez algún día los científicos descifren las fórmulas de la "química" humana. Mientras tanto, me limitaré a dejar que mi imaginación desvaríe lo que quiera sobre aquel ente que consiguió ser el elegido por mi cabeza entre todos los demás.



Tras una hora de viaje desde Essen con destino a Aachen (conocida o desconocida en España como Aquisgrán, reino de Carlomagno), el tren hace alto en Köln. De nuevo y apenas unos segundos, nuestros ojos se estremecen con la visión de las agujas de su catedral. Si alguna vez, mientras estudiabais historia, os habéis preguntado cómo era posible que la gente de la Edad Media se tomase en serio las amenazas y supuestos castigos de la Ley de Dios, os recomiendo que visitéis la catedral de Colonia y todas vuestras dudas serán resueltas. Realmente, está hecha para aterrorizar e intimidar al más valiente.


Un minuto más tarde, un caballero ocupa el asiento contiguo al nuestro, aquel que hace unos segundos nos ofrecía tan regaladas vistas. Démosle la distinción de caballero como la respetuosa introducción que merece, pues en honor a la verdad, el correcto trato lo relegaría a la categoría “senior”.


Su pelo espeso pero de un blanco perfectamente natural se une a las arrugas de su sonrosada piel para delatar sus, seguramente, cerca de sesenta y cinco años. Sus ojos claros, pequeños, casi incrustados entre los pliegues de sus párpados, lo miran todo con la curiosidad de un niño. Se sienta junto a la ventana, coloca ordenadamente su bolso y cuelga su chaqueta en el gancho que nadie utiliza para tal efecto, aunque para ello haya sido creado, y saca su bocadillo perfectamente envuelto en film.


Me llama la atención su meticulosidad, e inmediatamente busco en sus dedos alguna alianza que me hable de una mujer detrás de todos esos cuidados. Nada brilla en sus ancianas manos. Ninguna joya. Ni siquiera el reloj que apenas se asoma bajo la desgastada manga de su jersey de punto parece demasiado lujoso.


No.


No veo riqueza entre sus ropas o pertenencias. Pero sí la veo en él. En su porte. En su forma de llevarse distraído la mano a la boca mientras lee un folleto, en sus ojos. En sus pequeños ojos hay riqueza. No de aquella que brilla con el símbolo del Euro, si no aquella que se esconde bajo los pliegues que el tiempo y la vida han ido tallando en su piel. Aquella que me habla de lugares remotos, de gentes, pesares y amarguras que muchos días de sol habrán necesitado aplacar, y quizá, también hablan de amores.


Ha de parecer, a su entender, que la vida ha fluido entre sus manos más veloz que este tren que hoy nos ha cruzado en el camino: él al final, yo al final del principio.
Sin embargo yo siento una irresistible curiosidad por saber de él, de sus recuerdos, de cientos de modas que han necesitado adaptación, de sus miedos cuando hubo de pasarlos, de cuales son sus conclusiones ahora que ya ha vivido todo lo que había de forjarlas.


Cuál es su historia. La historia de un caballero sin alianza en el dedo, pero con amor en la mirada.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Reiniciando...

A pesar de la marcha del Meister, de la cual todavía nos estamos recuperando, los miembros de los Pies Fríos tenemos todavía cierto cariño a este estravagante y extraño espacio en el que damos rienda suelta a nuestros desvarios cada cierto tiempo. Se han terminado las vacaciones. Han sido unos meses de experiencias muy intensas para nosotros y seguramente también para vosotros. Muchas cosas que contar y compartir.
Estamos preparando la vuelta y ya anunciamos que se avecinan cambios. Para empezar, nos gustaría contar con la participación de los lectores inquietos, por lo que seguramente reservemos un espacio para vuestras propias deliberaciones.
Estad atentos a los Pies Fríos por que pronto abandonaremos el estado de letargo.