sábado, 15 de noviembre de 2008

Voces.



- Oía las voces en su cabeza. A veces decían que debía morir, otras veces le musitaban palabras de ánimo, pero sea como sea, siempre estaban con él. La primera vez fue la más difícil, apenas tenía dieciséis años, no habían familiares que pudieran localizar y el médico dictó la enfermedad. Según alguien de la calle estaba loco. Pasaron años y la medicación iba en aumento, sobre todo cuando las crisis eran más peligrosas. Tres intentos de suicidio, dos o tres peleas de bar, su humor y su manera de comportarse cambiaron… pero él decía que era el de siempre, que no estaba ido, sencillamente sentía que tenía que hacerlo. La última vez que lo vi, cubierto de sangre, con las muñecas abiertas, me dijo que era lo mejor, que lo había sentido, igual que con las peleas. Igual que cuando estampó su coche con un camión que transportaba escombros. Llevaba unos cuantos días en modo zombis, la medicación, ya me entiendes –sacó la lengua y puso los ojos en blanco- pero aún así, cuando tenía un respiro sin esas drogas, afirmaba que seguía oyéndolos, y que la medicación hacía que los pudiera ver. No sé, igual estaba en lo cierto. Igual alguien le hablaba de verdad… ¿Quieres un cigarro? –lo encendió y sonrió amargamente- ¿Qué hombre no tiene sus vicios? ¿Eh? Como iba diciendo, igual, en lugar de haberlo atiborrado a pastillas habrían tenido que preguntarle quién le hablaba… habría evitado mucho desgaste de algunas personas… Jules, Marta…

- ¿Así lo crees? –le interrogó el otro.
- Quizás.
- ¿Tienes un rato?
- Claro.
- Bien… déjame contarte mi historia –tomó un trago de su vaso y lo dejó a medias, poniéndose la chaqueta mientras añadía- Pero no aquí, conozco un lugar “mejor” para hablar de estos asuntos. Sigue el wolksvagen negro. Te esperaré.

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