martes, 4 de marzo de 2008

El escritor y su musa.


El escritor miraba como golpeaba la lluvia en los tejados mientras en su ventana veía a su vez la luz del sol chocar. El minutero del reloj había avanzado dejando tras de sí un lastimoso chasquido y el constante resonar del segundero, que impasible seguía su camino hacia otro minuto más. Lo tenía frente a él. Lo podía contemplar como si hubiera salido de su mente por una vez, para poder hablar con él.

- ¿Qué vas a hacer ahora? –dijo el escritor.
- ¿Qué crees que haré ahora? Después de todo. Yo no soy más que un reflejo de todo lo que has intentado ser –la creación estaba empapada. La calle que había tras ella estaba repleta de charcos, embarrada, sin nadie caminando por allí, salvo el “espejismo” que había dirigido la palabra a su padre.
- No lo sé. Por eso te pregunto qué quieres hacer.
- Si tú no sabes qué quiero... ¿Quién puede saberlo? No soy más que uno de esos hijos que has concebido para una de esas ilusiones que llamas historias. No recuerdo mi pasado. Ni tampoco puedo saber mi futuro. Mis gustos dependen en gran medida de los que tú me das, mi aspecto, no cambia, pero no lo tenía hasta que esas palabras que tienes en el libro fueron escritas... ni volveré a tener aspecto hasta que otro los lea. Podría ser alto o bajo. Podría ser rubio o moreno. Tener los ojos verdes o marrones. Todo depende de lo que tú desees darme. Igual, incluso podrías hacerme chica, ya que ni siquiera has especificado un sexo en mi breve descripción.
- En ese caso... eres una chica. ¿La recuerdas a ella? –el escritor rozó con sus dedos una foto impresa en papel sepia antiguo y su creación sonrió.
- Claro que la recordamos... ¿pero estás seguro de desear que sea así? Quizás el recordar te duela más a ti que a mí... –la creación, había comenzado a tomar la forma de una joven, de pelo castaño claro y ojos claros. Su piel era pálida, pero no era una palidez que mostrara enfermedad... su voz fue lo que más le sorprendió. Había tomado la voz de aquella joven, a medida que había ido tomando su forma. Entonces le sonrió y era como aquel vivo recuerdo que tenía de ella... no. Era ese vivo recuerdo.
- Sigo sin saber qué haré contigo...
- Déjame seguir mi camino bajo la lluvia... en estos momentos... lo prefieres.


El sol se empezaba a ocultar en la calle del escritor, y sobre el escritorio que tenía, una hoja con un fragmento de una historia que comenzaba con un “El escritor miraba como golpeaba la lluvia...” decía hola a la noche que iba a comenzar...

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