martes, 18 de marzo de 2008

Gaia.


El muchacho tenía entre sus manos un instrumento de viento formado por madera. A su alrededor, una decena de cachorros metis le preguntaban y bromeaban con él. Era el tejecuentos. Se decía que al llegar las fiestas nunca repetía una historia, y que sus palabras podían hacer aflorar la pena más honda, así como la alegría más reconfortante.

- Maëlwyn ¿quién es gaia? –pregunto tímidamente uno de los niños con los ojos ligeramente entrecerrados.

El galliard jugueteó un poco con la flauta, sopló por uno de sus agujeros para comprobar que estaba hecha en condiciones y comenzó a hablar, con una voz suave como el viento al acariciar la hierba en verano.

- Gaia es nuestra madre –todos guardaron silencio al ver que iba a contar otra historia más– No Liz, tu madre. O la tuya Arthel… si no una madre de todos. Quien nos dio la posibilidad de vivir aquí… aunque también es donde vivimos. Gaia es todo. Por eso es demasiado difícil de explicar. Podría deciros que es algo que deberíais comprender al haceros mayores… pero es mi deber explicároslo, así como hicieron conmigo. ¿Veis esa flor? –los chiquillos corrieron hacia ella y cuando uno de ellos fue a arrancarla de la planta donde estaba unida el galliard lo detuvo– No, ella también es Gaia. Gaia nos rodea… y nosotros también somos gaia. En todos nosotros hay una parte de ella. Es quien nos guía, quien nos aconseja qué hacer… gaia es esa voz que nos orienta. La fuerza con la que seguimos en pie aunque nos vayamos a caer. Gaia… -susurró mientras su mirada se perdía más allá en el bosque. Los cachorros comenzaban ya a moverse de nuevo como críos que eran. Y de nuevo el galliard hizo de compañero de juegos mientras de reojo miraba parte de lo que era gaia.

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