viernes, 14 de marzo de 2008

Tesoros ocultos

Hoy quiero compartir con quien queira aprovecharlo un resquicio de tesoro que llegó a mis manos por una bendición del destino. Hace ya un tiempo una vecina mía bastante anciana encontró limpiando su casa un manuscrito que su marido, ya fallecido hace décadas, había escrito cuando estaba en la carcel condenado a muerte en aquellos tiempos duros que España pasó. Conociéndome, mi madre se lo pidió prestado para mostrármelo y ¡ay! lo que me costó retener las lágrimas cuando lo vi. Leer aquella caligrafía hermosisima que el amarillento de los años no había conseguido borrar mientras pasaba las páginas como si estuviese acariciando el cristal mas fino del mundo, me hizo sentir privilegiada. Aproveché el manuscrito durante toda una semana en la que lo releí una y mil veces, y lo pasé a limpio para guardar aquellas poesías para mi disfrute personal. Hoy quiero compartir una de ellas, que me ha costado elegir, pues para mi todas ellas son igual de buenas. Me siengo orgullosa de haber nacido al lado de una persona que fue capaz de destilar tal sensibilidad en mitad de la nada, segun dirían unos, y en medio de la magia que desprende el interior de mi tierra, según opino yo.
Escribía en español, asi que lo que leéis está tal cual lo dejó el.
Espero que os guste.


La muerte ocultada.

A cazar iba don Pedro
Por esos montes arriba
Caminara siete leguas
Sin encontrar cosa viva
Si no fueran cuervos negros,
Que las perros no querían.
Apeóse a descansar
Al pie de una seca encina;
Caía la nieve a copos
Y el agua menuda y fría:
Allegósele la muerte
A tenerle compañía.

D. Pedro vuelve hacia casa,
El alma en penas metida.
-¡Albricias, hijo don Pedro,
Que dármelas bien podías,
Pues tu querida doña Alda
Un varón parido había!
-Albricias pide mi madre,
Tristes albricias serían;
Mala caza es la que traigo:
La Muerte en mi compañía!
Hágame, madre, la cama
Allá en la sala de arriba;
Que nada sepa doña Alda
De este mal que yo traía,
Y no le digan mi muerte
Hasta los cuarenta días.

Mientras que le hacen la cama
Entrara a ver la parida:
-¡Dios te bendiga doña Alda
Y al infante que tenías,
Dios te bendiga en mi ausencia,
Que el Rey a llamarme envía.

A eso de la media noche
La casa se estremecía;
En el cuarto de don Pedro
Grandes lamentos hacía;
En el cuarto de doña Alda,
Al niño le hacen alegría.
-Diga, diga, la misuegra,
Digame mi siempre amiga,
¿por quién tocan las campanas?
-No tocan sino por ti,
Con bien parido habías.
-Pareceme oír responsos,
¿A quién enterrarían?
-Es la fiesta del patrono
Y hay procesión en la Villa.

Llegara pascua de flores;
¿Doña Alda quiere ir a misa:
-Diga, diga la mi suegra,
¿qué vestido me ponía?
-Como eres rubia y muy blanca,
Lo negro bien te estaría.
-Viva, viva, mi don Pedro.
La prenda que más quería,
Que para vestir de luto,
Bastante tiempo tendría.

Las doncellas van de luto
Ella de oro y grana fina
Encontraron a un pastor
Que de su hato volvía.
-Qué viudita más hermosa:
¡viuda y en grana vestida!
-Diga, diga, la mi suegra,
Ese pastor qué decía?
-Que caminemos, doña Alda
Que perdemos la misa,

Al entrar para la Iglesia,
Al tomar agua bendita;
-Diga, diga, la mi suegra,
Diga la mi siempre amiga,
-¿por quién son esos hachones,
Que arden en nuestra capilla?
-Dirételo, doña Alda,
Pues de saberlo tenías,
Aquí se entierran los grandes
Caballeros de Castilla;
Aquí se enterró a don Pedro,
La prenda que más querías.


¡Llorar como ella lloraba!
¡Plañido el que ella plañía!
Los anillos de sus dedos
Con sus dientes les retorcía.
Vestidos de grana y oro,
En pedazos los rompía,
-¡Desgraciado de mi hijo,
Sin padre y sin madre seria!
¡Cuídesmelo tu, mi suegra,
Yo con don Pedro me iba!
Válgame la Virgen Santa,
Válgame Santa María
Y me despido de todos
Adiós, para siempre, Adiós.

1 comentario:

Flor dijo...

Este romance antiguo me lo enseñó mi profesora de literatura hace más de 20 años, todavía me lo acuerdo de memoria!
es precioso