sábado, 8 de marzo de 2008

Mi gran aventura (Segunda entrega)



La densa niebla que empujaba el navegar de nuestro rumbo fue al fin despejándose cuando la luna se acicalaba ya coqueta sobre su propio reflejo, desdibujado en la superficie del mar que nos vigilaba muchos metros abajo. Las velas tensadas por el viento nos llevaban velozmente a través de las últimas nubes que abrían el telón al intenso firmamento, y los marineros entonaban un canto armonizado de fondo con la música que producían las botellas de ron al chocar en alegre brindis.
“La luna en el mar riela
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul”
Mientras, con sus rotundas melodías de fondo, escuchaba embelesada la seductora voz de un galante caballero unido a nuestra causa (aunque yo todavía desconocía el propósito de la misma) que se postraba ante mi rodilla al suelo acariciando mi mano entre las suyas.
- ¿No es verdad ángel de amor, que en esta apartada orilla más clara la luna brilla y se respira mejor? –Mi sonrisa no tuvo tiempo a calar en su mejilla pues de un empujón, su pose y su persona fueron substituidas por William, que tornaba fugazmente el susurrante gruñido por una elegante reverencia servicial.
- ¿Pero qué luz es la que asoma por allí? ¿El sol que sale ya por los balcones de oriente? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojeriza porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. –me sonrojé casi inconscientemente dejando que la pigmentación de mi piel cediese a sus adulaciones, pero de nuevo, el lado más rudo y cavernoso del hombre retumbó trazando una pared invisible en aquel momento idílico.
- ¡Tierra a la vista! –nuestras cabezas cambiaron de las alturas del mástil donde todavía estaba encaramado el ojeador, al horizonte que se rompía por fin por una línea desigual cuyo color desafiaba al azul intenso del mar.
- ¿Dónde estamos? –pregunté mientras el barco se adentraba ya sobre la línea de costa
- ¡En Hollywood, querida! –bramó el Capitán gesticulando sonriente como queriendo dar grandeza al asunto. –El lugar donde los sueños se hacen realidad, “para algunos, claro” –añadió en un susurro que golpeó duramente mi oreja mientras las puntas de su bigote mal recortado me hacía cosquillas.
- El lugar donde los sueños encuentran la soga que ha de abrazar su hermoso pescuezo. –dijo William con una mirada triste.
Atónita, corrí hasta popa y saqué medio cuerpo fuera para comprobar que, bajo el barco, calles enteras, por no decir avenidas, donde se levantaban enormes chalets y mansiones, iban poco a poco quedando atrás y configurando una colina en la que unas poderosas letras daban la bienvenida al lugar.
Lentamente, la galera se dirigió hacia unos edificios de aspecto un tanto abandonado, posiblemente algún estudio de filmación antiguo ya en desuso. Fue poco a poco aminorando la marcha hasta detenerse y el puente se bajó para permitirnos descender por fin a tierra firme. Para mi sorpresa, un grupo de orcos sucios y feos nos esperaba nada más bajar el barco.
- Son fugitivos de nuestros enemigos. Prisioneros de guerra que han conseguido huir y se han unido a la causa. –me explicó William.
- ¡Tarde como siempre, escoria! ¡Aún quedan cabezas que cortar! ¡Vamos, ratas de cloaca, desembarcad! –gritó uno que tenía las orejas endiabladamente retorcidas.
- Un mago nunca llega tarde. Ni pronto. Llega exactamente cuando se lo propone. –dijo una anciana voz a mi espalda. Casi muda de la impresión, me di la vuelta para ver una figura que me resultaba deseosamente conocida. Tuve que alzar mucho la cabeza para poder ver por completo la punta de su gorro picudo mientras él se acariciaba la larga barba blanca sonriéndome. Sin poderlo resistir, me abalancé sobre él (evidentemente más o menos a la altura de su ombligo) y lo abracé casi con lágrimas en los ojos.
- ¡¡Llévame contigo!! –se me escapó. Qué queréis. A una no le aparece Gandalf todos los días. Perdí un poco los papeles.
- ¿Y los enanos? ¿No iban a venir también? –preguntó William mirando receloso al mago de reojo.
- Me temo que no podrán acudir finalmente. Se ha declarado toque de queda en La Montaña Solitaria por el robo de uno de los cabellos de Galadriel del Museo de Thorin Escudo de Roble. Es un asunto de causa mayor, como comprenderéis. –contestó Gandalf caminando tras el Capitán conmigo todavía asida a su cinturón. (Casi podía sentir el palpitar de Glamdring al lado de mi corazón…)
Me solté de mala gana debido al entumecimiento de mis brazos cuando enfilábamos ya las calles que se dibujaban casi con regla entre los estudios.
La noche nos cobijaba todavía ofreciéndonos el escaso pero suficiente brillo que el sol reflejaba en la superficie de nuestro satélite para movernos con cierta comodidad.
Nuestro pequeño ejército deambuló a sus anchas hasta llegar a la embocadura en una gran avenida principal que la luz callejera se ocupaba de resaltar. Apiñados contra la pared de uno de los estudios, esperaban nuevas órdenes. El Capitán y William se adelantaron hasta unos contenedores y me hicieron una señal para que me acercara. Como pude me arrastré hasta su posición un tanto nerviosa por no saber todavía de qué demonios me estaba tratando de ocultar.
- ¿Queréis decirme de una vez qué sucede? –salté en gritos a baja voz cuando llegué junto a ellos, apoyándome en el cuerpo cilíndrico de una señal de stop para no perder el equilibrio. -¿qué estamos haciendo aquí?
William y José se miraron entre ellos arqueando una ceja, pero no tuvieron tiempo de responderme. Mi atención estaba ya desviada hacia lo que entre mis manos, había dejado de ser un palo de metal a rayas blancas y rojas para retorcerse hacia mí en color negro. Unos ojos me miraban detrás de unas gafas apoyadas en una larga y prominente nariz, desdibujadas en la superficie del círculo del Stop.
- Ya puede salir, jefe. –dijo aquella señal con levita mientras me guiñaba un ojo. Al momento, la tapa circular se abrió y un hombrecito en formato de dibujo animado vestido con camisa blanca y pantalones rojos y con dos únicos pelos en la cabeza, saltó a la carretera, justo a mi lado.
- Filemón Pí a su servicio. –se presentó mientras Mortadelo abandonaba su disfraz. –Todo en orden.
- ¡Buen trabajo, muchachos! –bramó el Capitán. -¡Seréis recompensados con el mejor Ron de los mares del sur! ¡Pero basta de charla! ¡A la carga! –gritó abandonando el bajo tono.
Tartamudeé haciéndome oír pero fue inútil. De repente me vi inundada por un ejército de orcos, piratas y todo tipo de personajes, que tomaban la calle principal de Hollywood arrastrándome de la mano sin saber demasiado bien a qué me estaba dejando llevar. Sin embargo, algo dentro de mi me hacía gritar de euforia abandonando la razón, y pronto mis propios pies corrieron entre la masa sin necesidad de que tiraran por mí. Fuera lo que fuese, estaba a punto de suceder.
Continuará.

No hay comentarios: