martes, 29 de abril de 2008

Dos hermanos


Ambos guerreros estaban uno frente a otro. Sus espadas centelleaban con cada resplandor del fuego que los envolvía a ambos. Era un enfrentamiento temido, no tanto por lo seguro del destino que aguardaba, como por ser una lucha entre hermanos, entre camaradas que habían rendido honor a un mismo señor, que habían sangrado junto a una misma bandera. Uno, guardián de su reino, otro emisario del mismo. Y ahora, enfrentados por un mismo ideal. Llevaban luchando a brazo partido minutos, las corazas arrojadas al suelo, los escudos tirados a las llamas, y las espadas defendiendo y atacando como las lenguas de fuego que poco a poco se aproximaban.

- ¿No entiendes que esto es lo justo? ¿No entiendes que la tiranía de nuestro señor ha llevado a la miseria a nuestro pueblo?

- ¿Pueblo? ¿Hablas del mismo pueblo que has hecho que se estrelle contra nuestras defensas? –el que hablaba amagó un ataque y esquivó a duras penas el zigzag que hizo la espada de su oponente frente a él- ¿El mismo que ha pasado a cuchillo a todos los que se refugiaban en estas tierras?

- ¡Maldito iluso! ¡El hambre estaba acabando con ellos! ¡He actuado por ellos!

- Aún a sabiendas de que ese movimiento en el tablero conllevaría enfrentarte a mí.

- Aún estás a tiempo de unirte a nosotros. Junto a ti, todos los defensores de esa estupidez llamada corona dejarían las armas para dar lo que el pueblo suplica a gritos –el humo hacía que las lágrimas afloraran en los oscuros ojos del guerrero.

- Me debo a los míos. Debo mi lealtad a mi rey. Igual que tú eres el adalid de tu pueblo yo soy el héroe de mi reino… No debiste venir aquí.

Pasaron unos instantes de silencio, solo roto por el crepitar del fuego que engullía las maderas del edificio donde se habían encontrado. Del sitio donde estaban manteniendo su pulso personal. El de los ojos oscuros fijó su mirada en quien había sido su compañero y susurró:

- Has visto la muerte, ¿hermano?

- Cada vez que me miro al espejo, joven guerrero –la espada oscilaba de izquierda a derecha y realizando un breve saludo con ella continuó- Hoy la muerte morirá… llevándose su última presa.

Y en un último ataque, las espadas chocaron.

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