sábado, 26 de abril de 2008

El sonido de la vejez: Un canto al olvido.


Por desgracia son pocas ya las ocasiones de las que dispongo para dejar que los pies me lleven tranquilamente entre la docena de casas de la aldea en la que me he criado. Hoy lo he hecho, permitiéndome llenar los pulmones del aire que los bosques de alrededor nos regalan todos los días, sonriendo ante el verde brillante salpicado de margaritas que Galicia tiene en esta época del año, y cortejando a mis oídos con la melodía que aquí entona la naturaleza. Sin embargo, se cruzó un sonido que tal vez no habría querido escuchar. Al menos en aquel momento no lo pensaba.
Mis tíos, pasado ya el umbral de los ochenta años, salían en aquel momento de guardar los aparejos con los que durante el día a veinticinco grados habían estado trabajando la tierra, como de costumbre. Recibí con una sonrisa sus caras arrugadas, y pronto recibí una cálida respuesta cuyo candor había perdido la vivacidad de otros tiempos. Aquellos ojos que han visto tantos años, tantas cosas, tanta gente… ahora viven sus últimos días contemplando cómo las casas se quedan vacías poco a poco, y las últimas semillas de su generación empiezan a caer recordándoles que su final está cerca. Una mirada resignada, y quizás esperanzada en que ese día les traiga un descanso que las dolencias de la senectud hacen a veces deseable.
Algo atenazó incluso mi interior al comprobar que me estaba deleitando con la tranquilidad que otorga la soledad abismal que poco a poco se cierne sobre las aldeas gallegas. Una paz fantasmal que convierte estos rincones en cementerios de recuerdos que perdurarán en su hierba hasta que el hormigón las cubra, pero que caerán en el olvido cuando la última gota de su vida se derrame entre sus matojos.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenos días, soy Fin ^^

Yo he podido comprobar eso tambien en el pueblo de mi madre Riba de Santiuste.

Saludos a tu familia (aun ercuerdo los chorizos jajaja)