domingo, 6 de abril de 2008

Mi gran aventura (final)


De repente un estruendo creciente se sumó a nosotros inundando las avenidas de Hollywood, y con decenas de alarmas como banda sonora, el suelo retumbó rítmicamente al son de la marcha de un ejército de clones encabezados por un pequeño jedi de orejas puntiagudas que terminó por rellenar el poco espacio vacío. Por un instante el estruendo cesó mientras los dos batallones nos contemplábamos desafiantes… hasta que al fin…
- ¡Marineros! ¡A la cargaaaaaaaa!- por supuesto… el Capitán Espronceda. ¿Quién si no iba a dar semejante orden?
Y allá fueron nuestros orcos y nuestros piratas a cortar cables de conexión mientras Gandalf y el pequeño Yoda mantenían una lucha de titanes. Y mientras, ¿qué hacía yo? Pues correr. Escapar más bien. ¿Qué queréis? Ni una espadita me habían dado, y una no tiene garras en las manos como Lobezno… Así que en cuanto pude, me escurrí hasta uno de los grandes edificios y empujé de golpe una pequeña puerta lateral.
Cuando recuperé el aliento y me di la vuelta, comprobé que había retrocedido en el tiempo… y de paso me había cambiado de continente. Estaba en una especie de saloon americano, con bajas mesas de madera donde unos cuantos hombres jugaban al póker con la mano pegada a una copa de whisky, y un grupo de bailarinas con vestidos encorsetados que dejaban a la vista sus medias de liguero negras bailaban al sonido de un viejo piano que sonaba entre las cortinas de terciopelo rojo. Movida por los empujones de los borrachos que se cruzaban en mi camino (o yo mas bien en el suyo) llegué inconscientemente hasta la barra, y una cabaretera con más cara de mala leche que las cuatro del monte Rushmore juntas, me dio la bienvenida con un cariñoso gruñido:
- No se sirve nada sin alcohol, el whisky no es del bueno y se paga por adelantado. Si no estás de acuerdo allí tienes la puerta. –Caray… ¿qué fue de la famosa hospitalidad de América? Estaba a punto de tomar su sabio consejo y buscar de nuevo esa puerta ansiada, cuando un brazo me rodeó los hombros llevándome de nuevo hacia la barra.
- Un Martini con Vodka, por favor. Mezclado, no agitado. –me giré para ver un rostro conocido enfundado en un elegante smoking, que me sonreía de una forma irresistiblemente embaucadora. Con un seductor arqueo de ceja, se llevó el vaso a aquellos labios carnosos y apetecibles, pero antes de que tan siquiera llegaran a humedecerse, el vaso estalló en mil pedazos. Con un grito me eché hacia atrás y James se puso en guardia enfrentando a una alta silueta que terminaba en un sombrero de cowboy que se recortaba a contraluz ante las puertezuelas. El vaquero, con cierto aire a Clint Eastwood, estaba de pie en medio del salón con las piernas semiabiertas y los dedos rozando las fundas del revolver, esperando la orden de su amo.
- En esta ciudad no hay suficiente sitio para los dos. –le dijo mascullando para que no se le cayera el cigarrillo de entre los labios.
Se tensó el silencio mientras las gotas de sudor corrían por la frente de todos los presentes. Un movimiento en falso y las balas empezaron a silbar por doquier. Sentí que algo tiraba de mi brazo y cuando quise darme cuenta estaba ya tras la puerta en un lóbrego pasillo, corriendo al lado de William, que de nuevo había acudido a socorrerme.
- ¡Tenemos que liberar a los prisioneros! –me gritó azuzándome a que corriese más deprisa.
- ¿¡Qué prisioneros!?- contesté mientras tratábamos de abrir una gruesa puerta de acero blindado. Cuando al fin logramos acceder al otro lado, creí desmayarme de la impresión. Nos encontrábamos en una nave de proporciones gigantescas donde había enormes cápsulas con decenas de personajes dentro. Sólo de los que a simple vista veía reconocí a unos cuantos dráculas diferentes, un par de hombres murciélago, un par de personajes de Harry Potter, estaba también Lestat… pero por sobre todos ellos, un lejano quejido lastimero se oía desde la boca de un dragón encadenado al final de la nave. Dragón no… dragona. William y yo corrimos hasta ella y nos encontramos al pobre Eragon desesperado tratando de romper los grilletes que la apresaban.
- ¡Ayudadme! –nos gritó.
- ¿Vos estáis bien? –le preguntó William.
- Sí, sólo me han teñido el pelo, ¡querían ponerme trenzas! –lo miramos compadecidos con cara de horror ante tal crueldad. –Pero la pobre Saphira… ¡mirad que alas le han puesto! ¡Tenemos que liberarla antes de que vuelvan!
- ¿Pero cómo? No tenemos nada para cortar esas cadenas.
- Dejádmelo a mí. –dijo una voz infantil a nuestras espaldas. Allí, una niña de pelo castaño rizado y una túnica negra que le arrastraba sobre los pies con el escudo de Hogwarts bordado en su pecho, nos miraba orgullosa de haber logrado escapar ella solita. Sin mediar negociación, se acercó a los enormes grilletes, sacó su varita, rozó el metal con ella y dijo. -¡Alohomora!
Como por arte de magia… el grillete se soltó y las patas de la dragona se vieron libres al fin. Entonces corrimos a liberar al resto de personajes. Me encontré rescatando a una hermosa dama de grandes ojos verdes ataviada con un espectacular traje de época en terciopelo verde oscuro. Estaba tan delgada la pobre que incluso tuve que sujetarla para que no se cayera al suelo. Agotada, se aferró a mi brazo y me miró alzando un puño.
- Me han tenido a dieta estricta los muy…, pero a Dios pongo por testigo… ¡que jamás volveré a pasar hambre!
- Tranquila mujer, estamos en América, seguro que hay un Mcdonals cerca… -le dije con tono un tanto irónico.
Nos reunimos con los demás y echamos a correr hacia la salida. Cuando estábamos a punto de cruzar el umbral… sentí una fuerza invisible que tiraba de mi hacia atrás. Me giré y vi una silueta imponente cubierta con una capa oscura y el rostro oculto tras una máscara que parecía más bien la tapa del filtro de la aspiradora, que respiraba como si fuera un dinosaurio agonizando.
- Veeeen….-me susurró entre aquellos gemidos desesperados. –veen al laaado oscuro…
Algo tiraba de mí hacia aquel ser, algo invisible y tentador. Sentí la mano de William asiendo mi brazo con fuerza y tratando de tirar de mi hacia la salida, pero otra mano transparente me retenía sujeta hacia aquel imán de oscuridad en donde tan mal se debía respirar.
- ¡No! ¡Resistid! ¡No os dejéis llevar! –me gritaba William. -¡Natalia! ¡Natalia!...
- ¿Natalia?
Levanté la cabeza y ví la cara de mi agente literario que me miraba un tanto preocupado.
- ¿Te encuentras bien? –me preguntó.
Sacudí la cabeza y miré al frente. Al otro lado de la mesa los representantes de la productora de cine no perdían detalle de mi rostro, y su expresión tensa dejaba patente que aguardaban una acción por mi parte. Ante mí, los papeles del contrato por el que les cedía el derecho sobre mis personajes por una suma considerable de dinero.
Me froté la cara para tratar de despejarme. Una mano me tendió un bolígrafo y miré al productor a los ojos. No estaban. Otra vez estaba la máscara de la aspiradora agonizando… “veeeen al laaado oscuuro…”
Me eché atrás de la silla de un sobresalto y mi cara se reflejó en el cristal de la ventana. Me di la vuelta y contemplé los libros que se apilaban en las estanterías de mi biblioteca. Justo a la altura de mi mano, en el canto de un ejemplar rezaba…William Shakespeare.
Me giré y enfrenté las caras interrogantes que me miraban. Me encogí de hombros y les dije:
- Ser… o no ser.. ¿he ahí la cuestión?

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