miércoles, 2 de abril de 2008

Anécdotas Históricas: Viena, 1802


Los cuatro llegaron cuando el concierto había comenzado.


Mientras buscaban su asiento, el pianista ejecutaba con sorprendente fluidez una pieza que para la mayoría de músicos rozaba el máximo grado de dificultad. El artista en cuestión estaba siendo el blanco de las envidias y falacias de un gran número de intérpretes, hecho que él había respondido haciendo imprimir cientos de copias de aquella sonata para repartirlas por todas las escuelas de música de Viena; el objetivo de tal singular respuesta era ridiculizar a esos seres humanos, ya que ninguno fue capaz de tocarla.
Aquél acto fue el que llamó la atención de los cuatro amigos, quienes decidieron ir a una de las apariciones públicas del pianista para poder escucharlo en persona. Con cuidado de no hacer demasiado ruido, se acercaron a la primera fila, donde se encontraban las sillas que tenían reservadas. Después de un rato observando como las manos del músico bailaban por las teclas, uno de ellos hizo la primera observación:
“¿Os habéis fijado en su cara? Miradlo. Hace como si estuviese concentrado; como en una especie de éxtasis.”
“Que hombre tan falso”, dijo el segundo.
“A lo mejor es que de verdad es así”, dijo el tercero.
“Por el amor de Dios, ¿cómo va a ser así? Tenemos a otro tipo que pretende ir de Mozart. Viena está a reventar de ellos estos días”, contestó el primero.


Una mujer que tenían a sus espaldas les rogó silencio. El pianista miró fugazmente a su audiencia y continuó con su pieza.


“¿Por qué hay tan pocos pianistas que puedan reproducir sus composiciones? No lo entiendo, no es nada del otro mundo. Es sólo que toca un nuevo tipo de acorde. En el momento que la gente se adapte a eso, no tendrá nada de especial. Y por supuesto, no pagaría ni una sola moneda por escuchar esos conciertos de música improvisada que hace… ¡JA! Música improvisada, no hay nada que suene tan vulgar”, dijo el cuarto.
“Eso demuestra el poco nivel que hay” dijo el segundo.


Permanecieron un largo rato en silencio, escuchando como la rápida melodía se había transformado en una lenta y calida canción. No habían escuchado nada igual en su vida, cosa que aclaró el cuarto de los compañeros.


“Se ha salido del patrón. Eso que está haciendo debería ser doloroso para el oído”.
“¿Y por qué no lo es? Preguntó el tercero, pero no obtuvo respuesta.
“Fijaos, esa melodía no tiene nada de especial. Lenta y melódica. Cualquiera podría hacerlo” dijo el primero.
“Armar escándalo por este personaje solamente será beneficioso para él, le dará publicidad. Propongo no hablar demasiado de él cuando salgamos”, dijo el segundo, sonriendo.


La misma mujer de antes volvió a llamarles la atención. El músico esta vez pareció no darse cuenta.
Luego de unos minutos de silencio, el tercero había quedado hipnotizado por la sonata. El segundo giró la cabeza y miró el público que se había reunido.


“Mirad que gente tan selecta ha venido” dijo con sarcasmo, “¿Cuántos de ellos entenderá de música?”
“Seguramente ninguno. Y si hay alguno que entienda y al final de la actuación aplauda, significa que es amigo del tipo ese”, contestó el cuarto.
“A mí esta música no me llena en absoluto. No la entiendo” dijo el primero “¿Qué quiere contarnos con eso? ¿Es una canción de amor? ¿De tristeza? ¿De melancolía? Por Dios bendito, si él mismo no debe saber a qué está dedicada esa pieza”.
“¿A dónde vamos después de salir de aquí?”, preguntó el cuarto.
“Hoy es martes, seguro que el barón Dreckfabrer organiza alguna fiesta en su casa” dijo el segundo.
“Muy bien, podría resultar interesante, vayamos entonces”, dijo el primero. Luego miró al tercero y, al ver que estaba pendiente de la actuación, le zarandeó para que oyera lo que estaban hablando. La mujer siseó de nuevo con más fuerza.
Súbitamente la canción se detuvo. Todos miraron hacia el piano y vieron como el compositor mantenía las manos a unos centímetros sobre el teclado; inmediatamente cerró la tapa con un fuerte golpe, tan fuerte que alguno de los presentes pensó que había destrozado la madera, y se levantó, casi tirando su asiento al suelo. Recogió las hojas de pentagramas del atril y con dura expresión se volvió hacia los asistentes, luego miró al caballero que lo había invitado a participar en el recital y dijo:
“Para tales cerdos no toco yo”.
Acto seguido, a paso ligero, Ludwig Van Beethoven salió de la sala empujando a unos y a otros, como un torbellino.


“¿Qué rayos le pasa a ese?”, preguntó el primero, casi riéndose.
“Qué actitud tan lamentable, qué tipo tan vulgar”, dijo el segundo.
“En fin caballeros, creo que ya nos podemos ir” dijo el cuarto.
Mientras los tres se retiraban, junto con los demás asistentes, el tercero se quedó un rato más mirando aquel piano, preguntándose de donde habían salido esa "Sonata Nº14 en Do sostenido menor" y ese hombrecillo tan extraño que la había dado a luz.



“Hay dos tipos de personas a los que no les gustarás: los estúpidos y los envidiosos. A los primeros les terminarás gustando. A los segundos, nunca”.
(John Wilmot, Segundo Conde de Rochester)

1 comentario:

G dijo...

Esa canción es preciosa. En mi opinión no está a la altura de... el Concierto No.2 para piano de Chopin, por ejemplo, pero sigue siendo una gran canción (utilizada en películas como El Diario de Noa).

Y la historia, interesante, como todo el blog. :)