martes, 11 de diciembre de 2007

El Secleto de las Bombonas



"EL SECRETO DE LAS BOMBONAS ES QUE..."


Hoy día, las personas que viven en el mundo acomodado se dividen en dos categorías: los que son fieles a la tradición de llamar a gritos al butanero y los que tienen gas vía tubería. Mi familia y yo somos de los primeros.

No me imagino como sería la humanidad sin repartidores de butano, ese gremio que, de no cumplir con su trabajo, provoca que te bañes con agua tan fría como un abrazo de Dexter. Y es que, señores, esa es la situación en la que me encuentro. El camión de las bombonitas lleva más días de la cuenta sin aparecer y el pánico se apodera de mi hogar; comentarios tipo "aligera, aligera, que nos quedamos sin bombona" o "verás que risa el que se quede sin agua caliente mientras se ducha" son repetidos una y otra vez y su frecuencia es directamente proporcional al tiempo que tardan los repartidores de la compañía naranja en cumplir su cometido.

Pero el retraso de los repartidores es solamente un fenómeno más en la tarea de la distribución eficaz de la dichosa bombonita. Veamos el desarrollo de una entrega de bombona de butano, seleccionada al azar de entre numerosos casos:
El amigo butanero aparca junto al portal de tu casa. De pronto empieza a golpear la mercancía con fuerza, a modo de campana para avisar de que ya ha llegado - una cosa que solo puede hacer el buen repartidor de bombonas, jamás se verá hacer lo mismo a un frutero o a un carnicero, ni siquiera al panadero que reparte pan por los pueblos (estos últimos prefieren quemar el claxon de la furgoneta). Puede suceder que no lo oigas porque estás pendiente de cualquier otra cosa, pues el mundo está lleno de tentadoras distracciones para los sentidos, pero ten por seguro que, sea cual sea la parte de la casa y el ruido ambiental que hubiera, tu madre oirá los golpes. Eso lleva a un momento de tensión en el que no sabes si tu madre se unirá al coro de señoras que dan a gritos y chillidos, desde sus ventanas, el número de bombonas que necesitan (si exceden de dos es muy raro) y su número de puerta y piso o, si en su defecto, te demandará que realices tú esa labor. Si lo hace ella, no hay problema. El conflicto surge cuando eres tú el encargado de asomar la cabeza por la ventana y clamar por tu ración de gas butano.
Al principio te da un poco de apuro: ves que ese señor de ahí abajo mira en todas direcciones, intentando memorizar todas las casas donde tiene que ir, y tú crees que si le dices la tuya, sufrirá un colapso mental en el que olvidará todas las demás (como pasa cuando te dan una lista de cosas, que al recibir una última información, se te olvida todo lo anterior), pero decides arriesgarte y gritas como ves que hacen todos. ¡Ah, el grito se merece todo un párrafo para él solo!, más que el grito, el miedo a que te salga un gallo cuando berreas "¡¡BUTANOOOOOO, UNA AL 5º DERECHA!!". Realmente es un terror infundado. No hay constancia de que haya pasado.
Una vez que el operario tiene los datos, carga al hombro la bombona, y sube hasta tu puerta, se produce la transacción. Esta suele ser breve, no pasa de los 30 segundos. Te pone el recipiente en el suelo de la entrada de tu casa y agarra la bombona vacía. Luego le entregas el dinero - que misteriosamente es más alto cada semana - en el que va incluido, a sabiendas de los dos, solo que ninguno lo dice, la propina por las molestias. Luego aquella dramática figura encorvada se marcha, a cumplir con otra valiente misión.
Hay casos en los que el tiempo de la entrega se alarga enormemente, sobre todo si la que le abre la puerta al chico del butano es una rubia despampanante, soltera o casada - eso es indiferente -, con ganas de charla y de otras cosas (¿habéis oído alguna vez el chiste ese que dice "MAMAAAAAAAA POR QUÉÉÉÉÉÉÉ PAPAAAAAAAAAA MATÓÓÓÓÓ ALLL PREGONEROOOOOOOOO!!!!!!!!!"?). Especialmente son curiosos los casos en los que la mujer llama al butanero cuando ella tiene la instalación de gas natural.
En definitiva, los MIO (Men In Orange) son una parte importantísima del ecosistema español y del paisaje urbano patrio, una especie que se mantiene siempre fuerte y luchadora, aun cuando tiene que cargar con la presión cada vez mayor del invasor gas natural... además de las bombonitas.

"... PESAN, APROXIMADAMENTE, UN HUEVO... CADA UNA".

(Del "making of" de "El Secleto de la Tompleta (The Seclet of the Tumplet)" de Javier Fesser)

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