martes, 20 de mayo de 2008

Lucha, Camille, lucha


Un gran ventanal dejaba pasar luz al estudio, amplio en su mediocridad, pequeño en la grandeza que habría debido albergar. Un rostro en el que los problemas y no la edad comenzaban a esculpir arrugas se deja ver por la luz, mirando el exterior con la profundidad de sus ojos ahogados en la soledad. Sus dedos se movían inquietos, retorciéndose alrededor del aire viciado de aquel taller.

“Mi amada Camille:
Me es imposible contar las horas que paso sin verte, pues cada segundo en tu ausencia es una vida de tortura que aprisiona mi alma. El recuerdo de tu olor nubla mis pensamientos día y noche, y no encuentro el candor de tu piel en el cuerpo que comparte mi cama.”

Abandonó el umbral de la ventana y se posicionó ante una nueva mole de barro humedecido. Sus manos agitadas lo manipularon con frenesí mientras la materia cambiaba a su capricho bailando entre sus dedos. Sus ojos parecían brillar entre los mechones despeinados de pelo rizo que caían sobre su frente.

“Mi vida lejos de ti es un encierro y la llama que antaño me unió a Rose fue arrasada por el fuego que desataron tus brazos en mi interior. La pasión irrefrenable que nos consume por dentro nos ha llevado a un error que podría echar por tierra lo que hasta ahora empezábamos a construir.”

Sus dedos se hundían en la arcilla y la acariciaban creando formas bajo sus yemas. Una forma ovalada, pequeña y delicada tomó textura entre dos mejillas, una pequeña naricita, unos párpados erguidos que dejaban ver la insípida avidez de una mirada natal. Las manos seguían esculpiendo el menudo cuerpo con enfermiza habilidad.

“Ese bebé que crece en tus entrañas es un deseado engaño que ha surgido en el momento más inoportuno. Nada desearía más que poder darte un lugar en mi lecho y un dominio en mi hogar, y que ese fruto de nuestro amor creciese con el apellido del padre que lo ama sin verlo entre sus brazos. Pero no podrá hacerse real si nos adelantamos al momento.”

El rostro de un niño sonriente, sus manos inquietas y su cuerpecito lleno de vida se dejaron pulir por unos dedos que mimaban la arcilla convirtiéndola en la piel suave y real del pequeño. Terminada su obra se retrasó y la miró permitiendo que una fugaz ternura franqueara la infinita tristeza de su mirada.

“El nacimiento de ese niño hoy no sería si no el obstáculo definitivo a nuestro amor, pues los cimientos del futuro que juntos construiremos se habrán de ver amenazados por la infelicidad entre la que nuestro hijo crecerá por su condición de bastardo a ojos de los demás. No puedo permitir que eso empañe nuestra felicidad.”

Sus ojos vagaron por las demás esculturas que se apilaban en las mesas. El barro fresco todavía formaba decenas de rostros infantiles que la miraban sonrientes esperando sus caricias maternales.
Se apoyó en el borde de la mesa y algo crujió bajo sus manos. El arrugado papel de una carta en la que las letras se habían desvaído con la tinta invisible de las lágrimas se resintió del peso de su extremidad. Su sólo tacto le provocó temblor, y a sus pupilas regresó la agonía. Los labios le temblaron y trató de contenerlo en un mordisco.


“ Sé que será doloroso, y compartiré esa pena contigo hasta que pueda al fin esperarte en el altar para curar todas las noches de soledad que ambos hemos sufrido, y dejar que nuestros espíritus prisioneros renazcan libres el uno al lado del otro. Deja que mis consejos te guíen hasta nuestra felicidad, un deseo que anhelo cada instante con la fuerza que tu recuerdo me inspira a poseer.
Eternamente tuyo, Auguste Rodin.”

Sus dientes se clavaron demasiado en el labio y un fino hilo de sangre brotó. Se llevó las manos a la boca rozándose la herida. El tremor se contagió descontrolado a sus dedos y los párpados se agitaron desbordando la epilepsia que la acongojaba.


Abandonada la razón, rompió y despedazó aquella carta en un grito de rabia. Su puño pesado cayó sobre el arenoso rostro angelical de la escultura que acababa de construir, destruyéndola por completo. Fuera de sí, enterró las manos en ella desformando la materia formada, como queriendo desintegrar el barro, la esencia de aquella vida inerte que había creado, arrebatando aquella luz que no había llegado a fraguarse. Extendió su destrucción entre los gritos de su propia desesperación a todas las esculturas que la rodeaban, mientras los fragmentos de sus niños, de sus propios demonios, caían desfigurados y desmigajados a su alrededor.

En memoria de Camille Claudel. Lucha, Camille, lucha.

2 comentarios:

Héctor Ruiz dijo...

Gracias por acercar un poco de una gran hermana del arte a nosotros. El texto, he de decir que es desgarrador, pero no por ello no es un grandísimo texto sobre alguien que al final acabó siendo internada en un psiquiatrico -cosa lógica, sabiendo lo que sufrió esa mujer a lo largo de su vida. Una vida atormentada por el amor no correspondido, por los engaños de un maestro demasiado embaucador y sin una dosis de compasión ante quien le había entregado su corazón.

Natalia: Chapeau.



De un poeta que no sabe rimar ;)

Anónimo dijo...

No solo su corazón, si no su vida y e algunos casos sus obras. Treinta añitos se pasó esta mujer en un pisquiátrico, los últimos 30 años de su vida. Y el otro de cama en cama y exponiendo obras que en algunos casos puede que no fueran suyas...