domingo, 23 de noviembre de 2008

Héroes de los que nadie escribe


Hay personas que intentan mejorar su pequeño universo. Vidas que se encargan de ser brújulas para los que, perdidos, entran en su círculo íntimo. Vidas que buscándolo o sin buscarlo acaban siendo faros entre un mundo repleto de dudas.

Normalmente no se les reconoce por su aspecto. Se les reconoce por los gestos, pensamientos, palabras de aliento o consejos que manan de ellos, como si de una fuente se tratara. Son cruzados de una batalla propia. Adalides de un ideal olvidado por tantos que parecen ser almas que vagan buscando una compañía afín.

Para ellos el enemigo a batir puede tener diferentes rostros: la soledad, el olvido, el dolor… Y sin embargo, a pesar de haber ganado bastantes batallas, de contar con cientos de buenos momentos, y de haber visto los resultados de su esfuerzo, portan tras sus espaldas batallas perdidas, derrotas que les hace replantearse si han sobrevivido un día más o si solo les queda un día menos que soportar.

Esas personas son héroes, sean reconocidas como tales o no. Son anónimos que con su sacrificio consiguen que su honor permanezca limpio. Sus esfuerzos pueden resultar vanos o efímeros, pero siempre alzan su brazo cuando estiman que su ayuda es necesaria. Pero tienen tantos fantasmas en su conciencia que a veces escapan. En ocasiones minan su resistencia, destruyen su ser, hacen algo irrisorio de lo que han convertido en un ideal, ofuscan su juicio para hacerles olvidar que su misión nunca se movió por una medalla o por una palabra de agradecimiento. Su recompensa no iba más allá que el vano orgullo de saber que si las cosas estaban bajo control era gracias a los pilares que ellos iban colocando donde veían que el puente iba a caer.

Y algunos de ellos, que mirando desde un enfoque son bajas muy considerables, sufrieron tanto que se convirtieron en aquel gris que rechazaban adquirir en el principio de sus caminos. Una nada que no hace honor ni reconoce el mérito de los pasos que recorrieron día tras día, convirtiéndolos en una sombra de la luz que fue su vida.
Porque después de todo, cuando lanzas el escudo a tierra, ese símbolo con el que defendías el ideal ante el que clavabas la rodilla al suelo, no dejas de defenderlo.

Directamente lo asesinas con las manos descubiertas.

1 comentario:

Hipatia dijo...

Interesante reflexión. Con frecuencia pienso en esa gente honesta y libre, anónima hasta más no poder, que hace una gran contribución al mundo (por lo que siembran sin, saberlo muchas veces). Frente a esa tipo de personas, los indeseables se hieren a sí mismos. Es curioso ésto, porque en estado salvaje, los honestos no logran sobrevivir, mientras que los malos sí lo consiguen. Supongo que, pese a todo lo que sucede en este raro mundo, la esencia de las sociedades todavía reposa sobre pilares sanos.
Me ha encantado venir.
Un saludo cardasiano.