miércoles, 26 de noviembre de 2008

Reinas en las sombras.




Supongo que os habrá ocurrido alguna vez una de esas veces en las que os sentáis frente al ordenador y dejáis que el tiempo se os escurra buscando un “nada concreto”. Empezais mirando el correo y cuando os dais cuenta, estáis leyendo con entusiasmo una página sobre las setas venenosas. Es curioso ver las vueltas que da nuestra inconsciente ansia de sabiduría en ocasiones.
Eso, más o menos es lo que me ha pasado en la última media hora. Me senté ante el ordenador mirando la hoja en blanco del word que tenía que cubrir con algo, a pesar de que el usar el verbo “tener” suena a obligación. Como muchas otras veces que me siento a escribir para este blog, decido dejarme llevar por cualquier pequeña cosa que me inspire unas letras, unas frases, y seguir experimentando para saber a dónde me llevan mis extrañas conclusiones.
Para ello, mis cuatro paredes ya están suficientemente vistas y decidí abrir el google y dejar que mis manos inventasen un nuevo camino. Mi primera idea fue escribir el día de hoy para ver si alguna referencia a lo sucedido históricamente en este día me daba alguna pista. Releí, por encima, los sucesos históricos y pasé a los personajes. Y ahí, sucedió el cambio y la chispa. Hombres. Hombres, hombres y más hombres. Hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX no aparecen los primeros nombres femeninos que, además, casi todos pertenecían a actrices.
Como mujer que soy, eso incendió las yemas de mis dedos y su necesidad de teclear la oleada de reflexiones que venían a mi cabeza según buscaba páginas y páginas con información de mujeres famosas anteriores a esas fechas. Y digo mujer, no feminista, por que empiezo a cansarme de que cuando sacamos el tema se nos tache de lo segundo. Ese tema es una realidad que todo el mundo conoce, pero si las mujeres no hablamos de ello ni rescatamos de las sombras de la historia a nuestras predecesoras, nadie lo hará, por que todavía no he visto a ningún hombre que lo haya hecho. Así que, es nuestro trabajo.
Decidí, entonces, convertirme en una especie de buscadora de olvidadas, aunque mis recursos no son del todo los adecuados. Me sumergí en internet y buceé durante un rato en la captura de nombres femeninos que hayan sobrevivido, o quizá malvivido, a la opresión. Descubrí, con no con poca sorpresa, que no es díficil encontrar nombres femeninos si lo que buscas son reinas y emperatrices con peso en la historia. De hecho, a lo largo de los últimos dos mil años de historia prácticamente todas las naciones de África han tenido su brillante reina bélica que ha dado posición y nombre a sus tierras. Excuso mencionar en España a la reina que provocó que el mapamundi tuviese un continente más en su superficie, y cuyo nombre femenino va siempre por delante del de su marido cuando se los menciona juntos.
Pero no era eso lo que yo buscaba. Ser una reina poderosa e influyente no era del todo fácil, pero ser reina sí lo era si tu cuna era de color azul. No es eso lo que quiero rescatar, pues no necesita ser rescatado. Quiero saber de esas otras mujeres que lucharon por ser todo aquello que los hombres ambicionaban sólo para sí. Aquellas que no se conformaron con tejer su ajuar de novia encerradas en su alcoba, ni con escuchar las grandes gestas poéticas en boca de los trovadores. Quiero saber quien era la suave y pequeña mano que realmente escribió tras un pseudónimo masculino, o cuyo descubrimiento hoy figura bajo un nombre inmerecedor de tal mérito.
Me entristece pensar que en la mayor parte de los casos mi búsqueda, o la de cualquier otra persona que lo intente, dejará morir a muchas mujeres que se perderán en el olvido de la historia para siempre, pues es imposible rescatarlas de entre la nada que envuelve su recuerdo.
Es inevitable, y lo siento para quienes no quieran leerlo, hablar de opresión… y también de religión.
Encontré que en la Antigua Grecia las mujeres gozaban de la posibilidad de asistir a las lecciones de filosofía y artes. No es dificil encontrar un nombre femenino entre los grandes poetas griegos, y en la escuela de Fidias eran muchas las mujeres que participaban de su educación. Tampoco en las ciencias y en la medicina se quedaban atrás. Sin embargo, sus nombres no lucen hoy en día al lado de los grandes maestros antiguos.
¿Cuál es la razón? Sencillamente irritante.
Uno de los filósofos más famosos de la historia, Santo Tomás de Aquino, escribió en su Suma Teológica: este es el sometimiento con el que la mujer, por naturaleza, fue puesta bajo el marido; porque la misma naturaleza dio al hombre más discernimiento.
Y esa fue la prerrogativa con la que se rigió la “sociedad civilizada” durante siglos de historia, hasta llegar al punto en el que, hoy en día, en el que mucha gente cree que la lucha por la igualdad se ha ganado, el hombre que escribió dicha premisa es leído con admiración en multitud de libros de historia y filosofía, mientras que tantas mujeres que se vieron opacadas por tal aberración cayeron en la más absoluta oscuridad.
Siguiendo tan humildes consejos, las mujeres fueron excluidas de las Universidades en los siglos XVI y XVII y aún es hoy el día en el que muchas de ellas son enviadas a la Universidad con el único propósito de obtener marido. Sin embargo, en estos siglos, algunos nombres femeninos se han forjado un hueco en el campo de la ciencia, obteniendo sus conocimientos de forma furtiva de los hombres de su entorno; o en la literatura, escribiendo a escondidas bajo un nombre masculino.
No tendré fuerzas para admirar a estas mujeres todo lo que se merecen, ni alcanzo a imaginar la pasión que el ansia de sabiduría despertaba en ellas para compensar todo el sufrimiento y la frustración que había de suponer el freno que su sexo representaba en aquella época. Cómo soportar no poder compartir la alegría de un nuevo descubrimiento, de una nueva obra y ver que otro recoge el fruto y el reconocimiento de tu trabajo.
Si he de quedarme con un nombre después de esta inevitable ácida crítica, mencionaré el caso de María Winkelmann. Esta astrónoma vivió entre los años 1670 y 1720, y tras recibir su educación a cargo de su padre y de su tío, entró en contacto con un astrónomo de su entorno de quien bebió sus conocimientos. Su inmersión en esta rama de la ciencia se vería completada con su matrimonio con Gottfried Kirch, astrónomo prusiano muy reconocido. Como su ayudante, operó en el observatorio astronómico de Berlín y contribuyó enormemente a la materia con el descubrimiento de un cometa y la publicación de una tesis acerca de la conjunción de Saturno y Júpiter. Participó además en diversos estudios en colaboración con su marido. Sin embargo, la muerte del mismo supondría el freno a su carrera. Tras el fallecimiento de éste, María solicitó una plaza de asistente en la Academia de Berlín para la que estaba sobradamente cualificada que le fue denegada por ser mujer y no tener estudios universitarios, a los cuales no podía acceder, evidentemente, por ser mujer.
Sólo un nombre, sólo un párrafo. Ridícula forma de honrar a alguien que se merecería un puesto de honor en un libro lleno de mujeres que todavía está por ser escrito.

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