Rescato un relato del cajón. Espero que os guste.
Silvia se desperezó en la cama y echó las mantas hacia atrás con cierto pesar. Los cristales de la ventana se mostraron empañados. en su primer parpadeo matutino, pero la claridad que se colaba a través de ellos era suficiente para hacerla gemir.
Sus pantalones y su jersey de diario, y una rápida coleta no le hicieron perder el tiempo, ni tampoco su rápido desayuno. Las horas en aquella última semana antes de los exámenes de febrero eran demasiado valiosas como para desaprovecharlas escogiendo el vestuario, y ya se había levantado más tarde de lo deseado. Tras un café bien cargado y unas magdalenas que su madre le obligó a comer, se enfundó en su abrigo y se cargó los libros sobre el brazo izquierdo. En el ascensor, como hacía habitualmente, se tanteó insegura los bolsillos del abrigo para comprobar que las llaves de casa y el teléfono móvil estaban en su lugar adecuando. Todo bien.
Estaba a punto de salir del portal cuando reparó en los buzones. Casi nunca había correo a esas horas, pero por simple reflejo curioso, escudriñó entre las rendijas de la puertecilla del 5ºA. Algo se recortaba a contraluz por la escasa claridad que se aventuraba dentro del recipiente. Silvia sacó las llaves del bolsillo e introdujo la más pequeña en la cerradura. La manilla crujió y la puerta dejó al descubierto el canto de un sobre de color tostado. La muchacha lo cogió entre sus manos intrigada, y salió del portal contemplándolo a la luz del día. En el anverso del sobre había unas letras negras con una ornamentada caligrafía impecable en las que se leían tres letras: S. R. G. , sus iniciales. Nada más. No había ni remitente, y lo más extraño de todo, ni un solo sello, ni matasellos. Absolutamente nada más que sus iniciales, y una pequeña lacra de cera roja con un símbolo grabado a presión cuando la cera estaba aún caliente.
“Qué raro.”, pensó Silvia. “Seguro que es alguna tontería de Pablo”. Sonrió ante la idea y rápidamente abrió la lacra con renovada ilusión. Pablo era su novio desde hacía un par de meses, y era un hombre muy detallista con su pareja. No era la primera vez que se encontraba alguna carta romántica suya en el buzón, o alguna rosa sobre el felpudo de su puerta.
La cera se levantó limpiamente y el papel se levantó. En su interior, se adivinó una especie de tarjeta de un papel bastante fuerte, de color negro intenso. Silvia deslizó sus dedos bajo la tarjeta para extraerla y una extraña viscosidad la hizo retroceder, sorprendida. Se miró la yema de los dedos. Un rastro viscoso de un rojo oscuro se emborronaba en sus huellas. Lo olió, pero no percibió ninguna relación momentánea. Intrigada, sacó finalmente la tarjeta del sobre y la volteó sin dudar. Todo el cartón era del mismo color negro impoluto que el reverso, a excepción de una gran X marcada en el centro. Silvia sintió que su estómago se revolvía ante la inquietante sensación de que aquella marca estaba escrita con sangre, y que era eso lo que había ensuciado sus dedos al quitar la tarjeta del sobre.
El pitido de un coche la sobresaltó y se encontró de bruces con la realidad de su vida, allí parada en la acera. Rápidamente guardó el sobre con la tarjeta en el bolsillo interior de su abrigo y aceleró el paso hasta la biblioteca.
- Muy gracioso, Pablo. –dijo en tono airado al auricular del teléfono móvil. -¿me quieres explicar qué demonios significa el regalito? –al otro lado del aparato, su novio pareció hacerse el desentendido, y Silvia empezó a mosquearse de verdad. -¿Cómo que qué regalito? Pues la tarjeta que me has dejado hoy en el buzón. No me ha gustado nada. ¿Cómo que no la has dejado tu? Eres el único que me deja cartas. ¿Quién puede haber sido entonces? –Silvia empezaba a estar realmente confusa. -¡Claro que no tonteo con nadie más! Y te aseguro que no parece precisamente una tarjeta de un admirador secreto. –dijo. Su interlocutor pareció tratar de apaciguarla y poco a poco Silvia fue recuperando la calma. –Sí, me gustaría mucho que vinieras a verme. De acuerdo, te espero para comer entonces. Estaré estudiando. –un último “clic” zanjó la conversación y Silvia inspiró profundamente antes de entrar nuevamente en las aulas de estudio de la biblioteca.
El silencio que reinaba en la gran estancia se cortaba tensamente con cada carraspeo, estornudo, o chirrío de la puerta mal engrasada de la entrada. A veces, sobretodo si la lección era especialmente pesada, costaba mucho mantener la concentración. Pero en aquel momento no era el contenido del temario lo que desconcentraba a la joven, si no aquella misteriosa misiva.
Sin poder contenerse, sacó de nuevo el sobre y lo tomó entre las manos a la luz de la lámpara que caía sobre la mesa justo delante de su cabeza. Examinó con meticulosidad cada rincón del sobre, por si encontraba quizá algún rastro de escrito borrado, alguna marca… pero el papel estaba excepcionalmente limpio. Se fijó entonces en la lacra, más concretamente en el símbolo que sobre ella se había estampado. Parecía una especie de A mayúscula invertida, inscrita en un círculo. Era un símbolo sencillo, pero Silvia no recordaba relacionarlo con nada.
Por curiosidad, se acercó en silencio a uno de los ordenadores de consulta que estaban en una esquina, y se conectó en Internet tratando de buscar no sabía muy bien el qué. Navegó por varias páginas de simbología y en ninguna ocasión reconoció el símbolo que sellaba su carta. Cansada y frustrada, regresó a su silla a esperar a la llegada de Pablo.
Se recostó contra el respaldo del asiento y perdió su vista en la luz, como hacía siempre que la lección se ofrecía a disfrutar del paisaje. Su mirada se fijó en la lámpara por pura casualidad, y en un instante, su mente abandonó el color blanco y recuperó la lucidez fijando aquello que sus ojos veían. En un reflejo de su cerebro, dos imágenes se fusionaron y una pequeña coincidencia hizo que Silvia diese un respingo, sobresaltando a todos los que estaban alrededor. Enrojecida se disculpó, y tragó las miradas de desaprobación de sus compañeros hasta que todo volvió de nuevo a la normalidad.
Nerviosa, alzó de nuevo la mirada hacia aquello que había llamado su atención. Aquellas lámparas estaban trabajadas con la misma artesanía que las coloridas y enormes vidrieras que adornaban las paredes del antiguo edificio. La mayoría de ellas, tanto los ventanales como las lámparas, se configuraban con motivos bíblicos y mitológicos. Y aquella era un ejemplo como las demás. En su contorno vítreo se veía una escena, probablemente del santoral eclesiástico. Silvia no sabría decir quién era el representado, pues desconocía bastante ese tema, así que solamente reconoció dos hombres, uno de ellos santificado con la aureola, que rezaban de rodillas ante un altar. A continuación, los mismos hombres se repetían en la escena, arrodillados ante el mismo altar, y sin embargo, la expresión de sus caras no denotaba oración, si no más bien… horror. Lo que había llamado la atención de la joven, era el símbolo que levitaba sobre los altares. En la primera secuencia una A mayúscula, y en la segunda, esta letra se repetía pero aparecía invertida, con el pico hacia abajo.
- Ya estoy aquí. –dijo una voz masculina a su lado. Silvia se volvió todavía ida y se olvidó de saludar a su novio. -¿Estás bien? –le preguntó el un tanto extrañado. Ella lo miró y asintió con la cabeza no demasiado convincente. -¿Nos vamos ya?
- Sí. –contestó Silvia cerrando sus libros. Antes de levantarse, miró de nuevo la lámpara, y le hizo una señal a Pablo.
- ¿Tienes alguna idea de a qué pertenece esa escena? –le preguntó señalando el objeto iluminado. El joven permaneció un rato callado observándola pero finalmente se encogió de hombros y sacudió la cabeza.
- No, no me suena de nada. ¿Por qué? –preguntó. Silvia se levantó y cogió su abrigo.
- Por nada. –dijo cogiéndolo del brazo y tirando de el hacia la puerta.
Una ráfaga de viento rodeó su cuello desnudo haciéndola estremecer, y Pablo se apresuró a colocarle la bufanda. Dos calles más abajo se encontraba su bocatería habitual, y se apresuraron hacia ella huyendo de la fría tarde. Pronto estuvieron sentados en una de las mesas que se apostaban contra la pared, muy cerca de la puerta, y Silvia aprovechó para mostrarle la carta a Pablo mientras no traían su comida.
- Si que es extraña. –ratificó el joven. -¿No había nada más en el buzón? –Silvia sacudió la cabeza. –Desde luego, no hay duda de que va dirigida a ti, por que ninguno de tus vecinos tiene tus mismas iniciales, ¿no?
- Que yo sepa, no. Además ya sería mucha coincidencia que metiéndola en el buzón equivocado coincidiesen las iniciales. Además…-añadió la joven dudando- ese símbolo de la lacra… lo he visto hoy en otro lugar. –Pablo alzó la cabeza interesado. –En la lámpara. –el joven bajó la mirada nuevamente hacia el sobre.
- ¿En la lámpara? –Silvia asintió.
- Era el símbolo que había sobre el altar en las dos escenas, solo que en una de ellas estaba invertido. –explicó. Pablo pareció recordar.
- Sí, es cierto. Por eso me preguntaste si reconocía la escena. –el joven se acarició la barbilla, rascando la creciente barba que asomaba ya a su todavía temprano rostro. –No tengo ni idea de lo que puede significar, pero lo más seguro es que se trate de una coincidencia, o una broma pesada de alguna de tus amigas. –dijo finalmente tratando de quitarle hierro al asunto. –Es mejor que rompas ese sobre y te olvides del tema. Estás en la recta final para los exámenes y lo que menos necesitas son distracciones. –aconsejó levantándose para ir al lavabo. Silvia suspiró y se recostó pensativa contra la pared, perdiendo la vista en las personas que caminaban distraídas por la acera.
- Supongo que tienes razón. –musitó en voz baja sin apartar la vista del exterior. Unos metros más allá, a Silvia le pareció ver a una de sus amigas de la universidad. Se inclinó hacia adelante para tratar de verla mejor a través del cristal, pero en ese momento, una figura se interpuso tapándole la luz. Silvia estaba a punto de echar el cuerpo hacia la derecha para esquivar al molesto transeúnte, cuando sus ojos se posaron en el enorme sello engarzado en la mano que asomaba bajo la negrura del abrigo. Allí estaba ese símbolo, tallado magníficamente en el más puro oro que relucía aún sin un sol que destellara sobre el. Silvia alzó rápidamente la cabeza pero la figura se había volteado y caminaba ya entre el gentío. A toda prisa, la joven se precipitó a la calle y buscó con la mirada el contorno de aquella silueta, pero allí no había ningún abrigo oscuro. Caminó unos metros hasta la próxima calle y escudriñó hasta la última chaqueta que sus ojos alcanzaban a ver, sin resultado. Desconcertada, volvió sobre sus pasos tratando de poner en orden sus ideas.
- “Solo son coincidencias. –se dijo- Mucha gente lleva su inicial en un anillo. Seguro que se lo puso al revés.”-murmuró consciente de que estaba haciendo esfuerzos por convencerse a si misma de sus palabras. Pablo estaba en la puerta de la bocatería con expresión preocupada. Silvia le sonrió y lo besó.
- Perdona por dejarte solo. Creí haber visto a Sandra.